Foto: Jaime Perpinyà
A lo largo de una década he escrito en Heraldo Escolar, y mucho, sobre mi fe en las comunidades educativas y la autonomía de los centros. Las últimas leyes educativas recogen esta idea y la desarrollan con convicción: “Las Administraciones educativas fomentarán la autonomía pedagógica y organizativa de los centros (…)». Sí, amigos:
“Autonomía pedagógica y organizativa”.
En 2009 Stoll y Temperley firmaron un trabajo para la OCDE (poca sospecha) y en su página 14 leemos: “Una mayor autonomía para los profesionales a nivel escolar se relaciona con un mejor desempeño de los estudiantes. (…) Las escuelas que participan más en la toma de decisiones curriculares demuestran un desempeño más alto de los estudiantes». Y los resultados de su aclamado PISA (menos sospecha aún) sugieren que “cuando la autonomía y la rendición de cuentas se combinan adecuadamente, tienden a asociarse con mejores desempeños de los estudiantes”. (OCDE, 2016)
En sistemas educativos considerados «de éxito» comprobamos que los centros asumen su protagonismo a la hora de diseñar currículos, espacios y tiempos. De construir comunidades. No hay miedo a la libertad y la sociedad contribuye a que la educación se viva como un proyecto compartido. Sospecho que acabarán mis días y se apagarán mis trabajos, pero esa idea de que todo el mundo tiene que hacer lo mismo y al mismo tiempo para aprender lo mismo triunfará sobre las evidencias que rechazamos mientras cabalgamos a lomos de los prejuicios.