Los contenidos educativos a veces no tienen contenido (Heraldo Escolar).

(Este artículo lo publiqué el 29 de marzo de 2017, en Heraldo Escolar)

   El primer día que entré en un aula como maestro de prácticas me encontré con 42 alumnos y alumnas de 13, 14 y 15 años que me miraban con curiosidad no muy sana. En sus labios adiviné sonrisas sarcásticas y escuché comentarios nada alentadores. Mi profesor tutor me miró con cierto desdén  y me preguntó con aquella voz de trueno que pronto aprendí a reconocer: 

   – Pero bueno, ¿tú cuántos años tienes?

   – Diecinueve -respondí.

   – ¡Joder! ¡Pues estamos buenos! ¿Y tú controlas el temario de Sociales? Me refiero a los contenidos y todo eso.

   «¡Joder», pensé. «¡Pues estamos buenos!».

 En 1999 tuve el placer de conocer a Myriam Nemirovsky. Aquel encuentro me ayudó a descubrir que había otra forma de entender el proceso enseñanza-aprendizaje. La entrevistamos para nuestros queridos medios de comunicación locales, “Balcei” y “Onda Balcei”, y lo que nos contó sigue teniendo vigencia y continúa invitándonos a la reflexión.

   Recuerdo que hablamos de lo que entendía por contenidos y cómo ella defendía que  el sujeto que aprende tiene ideas propias, maneja hipótesis y aporta su propio modo de pensar al aprendizaje. Por ello, los contenidos tienen un papel fundamental en el currículo, pues configuran el estilo educativo de los equipos de profesores e incluso del propio centro.

   Coincido con ella cuando dice que no aprendemos a partir de métodos, sino que lo hacemos cuestionándonos las situaciones, planteando alternativas, que pueden ser leer, discutir, resolver a través de diferentes estrategias lo que nos proponemos resolver. Así, los contenidos podemos estructurarlos a partir de puntos de referencia y formación teórica.

   En el aula tratamos de organizar situaciones para que el alumnado y el profesorado encuentren sentido a leer o escribir, a calcular o medir, a investigar o explorar, a cantar o bailar. Los contenidos tendrán sentido si cumplen con su función social, pues es a esa dimensión social a lo que le debemos la necesidad de reivindicar contenidos culturales extraídos del medio más próximo. Él nos nutre de recursos materiales que sirven a una causa común: procurar que el alumno disponga de herramientas que no solo lo acerquen al conocimiento sino que también propicien un planteamiento pedagógico interdisciplinar.

   Y aquí encontramos ciertas dificultades que nos impiden plasmar en la práctica lo que en la teoría nos parece tan atractivo. Una de ellas es la rígida estructura disciplinar que se da en la institución escolar y otra es que las posibilidades de una estructura interdisciplinar entran en conflicto con el currículum oficial. Dulce territorio para el debate y la búsqueda de caminos comunes. Una vez más.

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