Leo a Marina Garcés, filósofa, y encuentro argumentos suficientes para reflexionar acerca de sus palabras.
Considero imprescindible atender a la desnudez de un sistema «que se basa en grandes capas de precariedad económica, social, material, sanitaria…».
Confirmo la indiferencia de un gran número de conciudadanos que parecían ignorar que «la vulnerabilidad y la interdependencia ya estaban, cada día, como realidad cotidiana para la mayoría».
Atiendo a la peculiaridad de un confinamiento que ofrece, por primera vez, una «dimensión global y generalizada que afecta a aquellos que normalmente tenemos más derecho y acceso a la movilidad».
Constato la contradicción social que es que haya «redes de apoyo mutuo y, al mismo tiempo, policías de balcón».
Me preocupa el confinamiento que están viviendo «niños y niñas que viven en infraviviendas, en lugares oscuros y muy estrechos, sin acceso a recursos culturales, ni siquiera a un rayo de sol».
Me interesa la necesidad de llevar a cabo un «trabajo crítico que nos ayude a percibir colectivamente cómo hemos llegado hasta aquí y cómo queremos salir como sociedad».
Y me inquieta profundamente el clasismo del confinamiento, que «me parece una realidad sangrante. (…) hablamos del confinamiento, de la gestión de la crisis, de las consecuencias laborales y sociales».
Pero leamos a los mejores; escuchemos a los mejores. (www.eldiariodelaeducacion.com)
Mañana veremos cómo «se las han ingeniado los profesores para dar clase a nuestros hijos».