
Salí por la puerta de aquel colegio después de un par de días como oyente con la decisión tomada: sería maestro. Me pregunté, me preguntasteis: ¿por qué?. Y creo que respondí: “porque siendo maestro será más fácil entenderme a mí mismo”.
Estudié, accedí a la profesión y comencé una carrera laboral cuyo final veo cada vez más cerca. He tenido magníficos maestros, he conocido a excelentes compañeros, muchos ya amigos, y juntos hemos introducido, modestamente, cambios en la escuela. Me he formado, estudiado y adquirido ciertas destrezas. Así encontré mis lugares en el mundo (gracias, Luppi). En ellos arraigué y crecí junto a compañeros y compañeras queridas.
Lo que he vivido me invita a reflexionar sobre el significado de ser docente. Hoy, que hablamos de desmotivación y desconsideración hacia nuestra profesión. Y solo puedo aportar dos razones que me animan a seguir: el amor por las cosas bien hechas y el sentido estricto del deber.
La primera, gracias a que he conocido a magníficos docentes que se esmeran en hacer muy bien su trabajo y que me han enseñado a no conformarme nunca.
La segunda, gracias a su ejemplo, esfuerzo y generosidad, verdadero norte de muchos docentes. Dar lo máximo y hacer un elogio del deber, que tiene valor de valor, algo nos dignifica y nos significa.
Con todo, la sociedad le debe una al profesorado en forma de mensaje de confianza y reconocimiento a unas personas que son compañeras de viaje en el mismo tiempo, nunca extraños en un tren.