Escribamos sobre del clima escolar. Un buen amigo me hablaba del buen ambiente que hay en su centro y me pregunté por las razones que pudieran explicarlo.
En seguida pensé en las personas, seres que trascienden la norma. Qué importante que haya quien contribuya a mejorar esa atmósfera necesaria para sentirnos bien. Y me dije que en ese anillo hay que engarzar algunas piedras. Una de ellas es un proyecto educativo querido por la comunidad que todos sintamos como propio. Otra, el trabajo en equipo. Cuanto más cerca las personas, más lejos la dificultad. La tercera, aprender a gestionar las situaciones de contraste de ideas. La cuarta, comunicar, pues aporta intención de ser, deseo de compartir horizontes comunes. Y la quinta, acompañarnos de la transparencia para buscar el acuerdo, siempre, por pequeño que sea. Ayuda a crecer y a subir peldaños en la construcción de un espíritu de comunidad con proyección.
Aún sumamos la sexta en forma de calma. Saborear la conversación sin actas, contemplar el silencio del aula, asombrarnos con el descubrimiento interior, compartir expresiones artísticas. Y una séptima, la reivindicación de la escuela libre, narradora de nuestra vida, la que aprende de los diarios de los grandes maestros para ser poetas de verso diario antes que legisladores de prosa anual. No importa redactar propósitos, sino relatar lo vivido.
Y proponer cada cada día la palabra amable, el interés por el otro, el momento para escuchar, el instante para el buen humor. Creemos un ambiente cálido en el que la cordialidad, el afecto y el respeto sean compañeros de viaje. No nos preguntemos qué puede hacer el centro por mí; preguntémonos qué podemos hacer nosotros por el centro.
Miles de ideas conviven ahora mismo en miles de entornos educativos en todo el mundo. Con ellas y con el deseo de construir los cambios necesarios transformaremos la atmósfera en la que se envuelve la escuela del siglo XXI para lograr un beneficioso cambio climático escolar.