(Publicado en Heraldo Escolar, 27 de enero de 2021)
Hay buenas películas, películas que gustan a todo el mundo y películas buenas que gustan a todo el mundo. Una de ellas es “El club de los poetas muertos”. Cuando se estrenó se convirtió en un fenómeno social por su mensaje, la vistosa actuación de Williams y el trágico final del joven que simbolizaba la libertad personal frente a la opresión asfixiante de la autoridad. Sin embargo, su trasfondo va más allá de la superficie narrativa: la importancia para un centro de contar con un relato común. Y para eso hace falta un alto grado de participación de todos sus actores y actrices.
En los noventa iniciamos un camino que buscaba la presencia activa en las instituciones escolares. Se vivía una moderada ilusión por formar parte de los ámbitos de decisión y por eso, entre otras cosas, cayó tan bien John Keating: representaba la heterodoxia, la creatividad, la agitación y lo más importante: la ruptura con un mundo de mensaje único, de verdades absolutas, de valores inalterables.
En un momento en que Bauman nos proporcionó el concepto de modernidad líquida, en que la tecnología influye y mucho sobre el pensamiento, en que la verdad se nos presenta tan fragmentada y a veces hasta fracturada, necesitamos de la diferencia, de la diversidad y, sobre todo, de la presencia activa de todos.
Ese es uno de los grandes retos hoy: definir qué entendemos por participación, qué modelo es el más adecuado y en qué grado contribuye a mejorar la vida de la escuela institución. Porque Keating sedujo a sus alumnos no por ser distinto, sino por convencerles de que todos y cada uno de ellos son dueños de una realidad única que merece la pena compartir, pues de la suma nace una verdad nueva. “El señor Anderson cree que todo lo que tiene en la cabeza es embarazoso e inútil”, le dice Keating al personaje de Ethan Hawke. En realidad, lo que le está diciendo es que nos necesitamos todos. Te necesitamos a ti.