El 1 de marzo de 1976 nació el colegio de Alcorisa, hoy «El Justicia de Aragón». En su memoria, en su presente pero, sobre todo, en su futuro, recojo las palabras que siempre son nuevas para darle mi abrazo a quien hoy lo honra con su trabajo, su amor y su esperanza.
Hubo un día en que el cielo pareció estar más cerca. Fue un día incontenible, un 1 de Marzo en que los chicos y chicas de Alcorisa cogieron bártulos y carteras, sillas y muebles, sonrisas y manos tendidas, y siguieron las voces de aquellos ocho maestros y maestras que se convertían, sin desearlo pero con la limpieza de corazón propia de los que dedican su vida a enseñar, en historia de Alcorisa.
Eran tiempos de mañanas veteranas, tiempos que abandonaban el silencio, tiempos dispuestos a ofrecer más futuro que pasado. Hoy, cuarenta años después, cuando aún somos pequeños porque los recuerdos siempre nos atan a la niñez, hemos abierto un calendario y le hemos dado la vuelta. Y nos hemos visto otra vez con la mirada primera del que todo le sorprende, con la sonrisa desnuda y la memoria apresurada. Merece este pueblo soñar con su pasado para decirle al mundo, decirnos a todos que estos años han sido más que minutos descolgados del reloj, porque han sido muchas vidas las que aquí se han construido, entre estas paredes, bajo estos techos, al lado de estas pizarras, sobre este suelo bien tratado por las pisadas de los escolares.
Las escuelas nuevas nacieron bajo la mirada sorprendida de una sociedad que se desperezaba después de haber vivido bajo la atenta mirada un credo incontestable. Empezaba a despertar al aprendizaje de una vida en libertad y sin ira, aunque muchos siguiesen el camino de su pan, su hembra y la fiesta en paz. Me cuentan que fueron tiempos nunca fáciles, aunque el empeño común hizo que todo se pareciese más a una aventura de luz y tacto que a un horizonte de viceversas.
Iniciaron aquellos maestros y aquellos niños un camino de viento ancho, que nos llevó de los inviernos a los veranos, de los otoños a las primaveras. Fueron necesarias millones de palabras para convertir nuestras escuelas en un latido primordial, una especie de calle principal de nuestros recuerdos, una plaza mayor de lugar en nuestro corazón. Y fueron todas esas palabras que escuchamos, niños como éramos, niños como somos, las melodías que nos ayudaron a ser lo que somos.
Hoy las escuelas son el colegio. Hoy ya no encuentro la vida en cada uno de sus rincones pues el futuro, de su mano y su calor, me ha devuelto a mi Zaragoza de niño, en la que sigo creciendo y aprendo, aún, a amar. Hoy aquellos ocho pioneros son hoy treinta caminantes que recogen con el alma abierta el legado de quienes fueron nuestros predecesores. En medio, decenas de maestros y maestras han trazado con su temple las líneas rectas y cardinales de un hermoso libro que ya se está empezando a escribir.
En cada línea adivino tu sonrisa. En cada párrafo auguro nuevas esperanzas. En cada capítulo presiento respuestas compartidas. Hoy, pues, comienza la vida. Cuarenta latidos después.