Qué fue primero: la palabra hablada o la imagen?¿La imagen o el texto soñado? Son preguntas de difícil respuesta porque la escuela en ocasiones, y extrañamente, se desentiende de la oralidad y prima el lápiz y el papel. Primar la lectura está bien pero no debe excluir otros paisajes comunicativos.
Es menester que atendamos lo que las personas hacemos con las palabras pues no hay aprendizaje sin conversación. Diálogo, interpretación del mundo a través de un viaje oral para que las criaturas se expresen mejor y entiendan lo que se les dice. Y desde una perspectiva crítica, para que aprendan a no dejarse engañar en tiempos de fakes. Para lograrlo nacen interesantes proyectos que pronto vivirán normalizadamente en el aula. Porque como dice Amparo Tusón, “con una palabra podemos enamorar, engañar, crear solidaridad o abominación. La educación lingüística, si es de verdad, es crítica”.
A tal fin, consideramos que hay que abrillantar el debate, encender la asamblea, iluminar la lectura común, prender la reflexión sobre noticias de cercanía, alumbrar el contraste de decisiones. Y tener en cuenta algunas herramientas, de entre las que rescato decididamente la radio en la escuela: por amor, por dedicación y por experiencia.
De su mano, muchos docentes y alumnos vivimos inolvidables aventuras con la palabra como protagonista y saboreamos la deliciosa frescura del aprendizaje compartido.
Y me quedo con la emoción de Don Anselmo, el maestro de “Historias de la radio” que para ayudar a sanar a un alumno participa en un programa de radio y con su palabra obtiene el premio imposible. Cuando el locutor le pregunta quién metió el primer gol en el Campo del Club Ciclista de San Sebastián, el entregado maestro se desmaya y cuando vuelve en sí responde alborozado: “¡Yo! ¡Anselmo Oñate, “Pichirri”! ¡En 1915 y de penalty!” Antológico final. Y la radio, actriz principal por ser vehículo de comunicación, entorno de crecimiento, escenario de expresión.