Empieza un curso joven de mochila amplia y se abren de nuevo nuestros centros, esos espacios y momentos para el encuentro, esos universos que nos invitan a unirnos en un empeño común: la escuela.
A su amparo quiero decirle al mundo que somos la escuela de la belleza, la que se construye al costado del cuidado mutuo. Que somos la escuela que se maravilla con el saber, con el arte, la música, la poesía, la naturaleza y que confía en la reflexión, porque en ella está la búsqueda del bien común . La que sabe que los caminos existen hace mucho tiempo y están esperando a que nos decidamos a recorrerlos.
Somos la escuela manchada de sociedad en la que las paredes son los horizontes que nos esperan. La escuela en la que los muchachos sienten la calle como el aula infinita. Somos la escuela de la creación, donde nos expresamos con libertad para sentirnos más cerca de los demás. Somos la escuela no de la razón, sino de las razones, la que vive en comunidad para preguntarnos lo que solo la vida podrá respondernos.
Y en mi párrafo final renuevo la confianza en mis compañeras y compañeros docentes, sobre todos en los más jóvenes. En su compromiso, en su generosidad, en su fe sin límites. Y confirmo la semilla que sembró en nuestra piel el profeta Joel, quien en el siglo IV escribió: “Vuestros hijos y vuestras hijas profetizarán; vuestros jóvenes verán visiones y vuestros mayores soñarán sueños”. Hagamos realidad, así, las visiones que soñamos. Nos queda el futuro por construir.