(Esta charla la ofrecí en Alcorisa, Noviembre de 2005)
El motivo de este artículo es reflexionar sobre el tiempo libre y la forma de emplearlo de una manera razonable, creativa y positiva. El tiempo libre, que es, seguramente, el tiempo menos libre de que disponemos, pues es un espacio temporal que procuramos organizar en provecho propio y de nuestros hijos pero que se ve sujeto a múltiples hipotecas de todo tipo: la fuerza de la oferta consumista, la dificultad de llegar a acuerdos con los niños y los jóvenes, los límites que nuestras ciudades y pueblos nos imponen, las primeras por su vertiginoso ritmo y los segundos por la falta de o escasez de ofertas, y, por último, la gran cantidad de mensajes, muchas veces contradictorios, que hacen que en más de una ocasión nos encontremos enredados en una maraña de confusión.
El tiempo libre es un concepto que se deriva de la segunda revolución industrial y hay que recordar que es una realidad que sólo disfrutan las sociedades desarrolladas, como la nuestra, si bien ya hay voces que van más allá y la denominan “La sociedad de la opulencia”. Esto, que movería a debate y nos obligaría a reflexionar sobre nuestra sociedad como un tiempo y un espacio de encuentros y desencuentros, merece la pena ser tenido en cuenta hoy, que pretendemos movilizar nuestras conciencias y dinamizar nuestras mentes para poner negro sobre blanco en un tema que nos preocupa pero ante el que difícilmente nos ponemos de acuerdo.
Antes de llegar a ninguna conclusión sobre el uso que del tiempo libre hacemos unos y otros, adultos y jóvenes y niños, es necesario exponer algunas circunstancias que conforman una realidad objetiva.
Vivimos en la sociedad del conocimiento. Es este un término que ha hecho fortuna pero sobre el que difícilemnte hay acuerdo. Sociedad del conocimiento, sí, pero ¿para quién? ¿Sabemos hoy más que hace 30 años? ¿Conocemos mejor nuestra realidad? ¿Comprendemos lo que sucede a nuestro alrededor y somos capaces de gestionar más acertadamente los conflictos que vivimos? Sociedad del conocimiento, pero ¿cuáles son las fuentes de ese conocimiento? ¿De dónde bebemos?
Ha sido comúnmente aceptada la idea que habla de una sociedad, unos ciudadanos más y mejor formados, pero en muchas ocasiones las instituciones clásicas y tradicionales encargadas de la educación de nuestros ojóvenes (la familia, la escuela, las pequeñas sociedades humanas) siguen empeñadas en transmitir la cultura y los conocimientos de un modo absolutamente ineficaz, pues aunque los mensajes sean válidos, ocurre que ni los emisores están acertados, ni los receptores están dispuestos ni, y sobre todo lo demás, los canales son los adecuados.
Pongamos un ejemplo. Suele suceder que cuando en clase o en la familia se va a hablar de un tema determinado, en muchísimas ocasiones los chicos ya han oído o visto algo sobre él en telelvisión. Recordemos que la media diaria de horas enfrente de la televisión es de más de 3 horas en nuestros niños y jóvenes, y siempre durante su tiempo libre.
Las llamadas Nuevas tecnologías ocupan hoy un espacio extraordinariamente importante en nuestras vidas pero sobre todo, y de manera esencial, en las vidas de nuestros jóvenes y niños. Por mencionar tan sólo las máquinas más usuales, la relación debe incluir el ordenador, internet, la play (en cualquiera de sus modalidades), gameboys o similares, teléfonos móviles, en su doble faceta de teléfono y máquina de juegos, reproductores mp3 y cámaras de fotos digitales y/o teléfonos con cámara de fotos y vídeo integradas.
Queda claro, pues, que si hablamos de tiempo libre necesariamente tenemos que hablar de televisión y nuevas tecnologías. No hay posible reflexión sobre el tema sin tener en cuenta esta realidad. Así que, puesto que esto es así, hablemos.
Nuestros niños y nuestros jóvenes viven en dos mundos distintos: el de la Televisión y el de la Escuela y la Familia (Ely, 1980). Y aún se podría decir más: nuestros jóvenes y nuestros niños viven dos mundos distintos. Esta pequeña diferencia semántica nos permite concretar una idea clave: el lenguaje de los jóvenes es audiovisual. ¿Qué quiere decir esto? Y sobre todo: ¿qué tiene que ver con el el tiempo libre y los jóvenes?. La respuesta es simple pero compleja: si hablamos de tiempo libre tenemos que hablar de televisión. Por varios motivos: porque emplean mucho de su tiempo libre en ver TV y porque reciben de la TV mensajes de todo tipo que difícilmente podemos contrarrestar. Además, la televisión ofrece un visión parcial y fragmentada de la realidad.
Son tres afirmaciones que aceptamos todos y que reflejan las cosas tal y como son. Ahora bien, no son reproches. Y no lo son porque la primera afirmación (emplean mucho de su tiempo libre en ver TV) no tiene por qué ser necesariamente negativa. Hay estupendas películas, o emocionantes partidos de fútbol, o vibrantes concursos televisivos, o desternillantes series de dibujos animados que nos mantienen dos o más horas frente al televisor y son más beneficiosas que 30 minutos de estupideces comprimidas en una propuesta televisiva de baja calidad. Por tanto, no siempre cantidad es igual a efecto pernicioso.
La segunda idea («reciben mensajes de todo tipo…») se refiere a situaciones en que nuestros jóvenes y niños han aprendido a ver TV sin un adulto al lado que les enseñe los valores que queremos transmitirles. Por tanto, entonemos nuestro mea culpa en la medida que corresponda.
Por último, la tercera idea se refiere a algo digno de Pero Grullo: obviamente la TV nos muestra una realidad parcial y fragmentada. ¿Y qué no? ¿O acaso vivir en un pueblo no nos muestra una realidad parcial y fragmentada? ¿O vivir en Madrid? ¿O acaso perciben la misma realidad el niño de años que vive en una gran ciudad y ocupa 1 hora y 20 minutos diariamente para ir de su casa al Colegio y regreso que el niño que vive en Alcorisa y apenas ocupa cinco minutos para llegar a la escuela?
Se ha simplificado demasiado el papel de la TV en nuestra sociedad, donde se siguen manejando demasiados tópicos y suficientes verdades absolutas que nos impiden ver la situación con calma y claridad. Deberíamos ser capaces de superar todas las contradicciones que sufrimos y que nos impiden comprender muchas de las situaciones que esta tarde se han apuntado aquí. Solemos adoptar actitudes muy agresivas contra la televisión (recordemos que hemos aceptado que nuestros jóvenes y niños pasan más de 3 horas al día con/junto/enfrente/al lado de ella), pero no se suele dedicar tiempo a formar buenos telespectadores. Además, acusamos a la TV de muchos de los males que aquejan a nuestros jóvenes y niños e incluso le echamos la culpa del fracaso escolar. Esto quiere decir que reconocemos que la TV es un ente poderoso. Sin embargo, educamos (en casa, en la escuela…) como si no existiera. O como si fuera totalmente inofensiva (cosa que ya hemos visto que no es), o como si no hiciera falta preparase para enfrentarse a ella.
Por último, es cierto que la TV es una nueva manera de ver el mundo. Nuestros jóvenes y niños ven, conocen, perciben el mundo, en muchos casos, a través de la TV. Y la TV es un medio de comunicación muy peculiar, porque tiene carácter unidireccional, porque la hegemonía corrsponde a la imagen, por la tiranía de las audiencias y porque a día de hoy la imagen tiene más credibilidad que la palabra. magen.
Todo esto, y mucho más, es la TV. Una herramienta comunicativa que copa el tiempo libre de nuestros hijos a la que no podemos darle la espalda y quizás puede ser este el momento adecuado para hacer la gran pregunta que puede servir para abrir mentes y ventanas con el fin de que entre viento fresco y nos clame la inquietud, que nos haría mucho bien: ¿Qué podemos hacer nosotros? Pues mucho y poco. Mucho, porque podemos saber lo que hay, que es una forma muy inteligente de acercarse a un problema. Y poco, porque a veces los árboles son tantos que nos impiden ver ese magnífico bosque que hay en todas las casas y que sirve para oxigenar nuestra comunidad.
Lo que hay es que los educadores (recuerden, escuela y familia) seguimos anclados en la cultura del libro. Seguimos mostrando el saber y los valores que queremos transmitir de una forma jerarquizada, cerrada, acabada. Seguimos intentando que nuestros mensajes lleguen a nuestros hijos y alumnos mediante frases enteras y claes magistrales, que tienen un principio y un fin. Es lo que se llama el discurso de la jerarquía. Sin embargo, nuestra cultura ya no es una cultura de imprenta, tal y como Gutenberg la imaginó. O por lo menos, no sólo. Es una lectura válida de la realidad, pero limitada. Antes al contrario, si queremos empezar a leer bien nuestra realidad deberemos acordar que nuestra cultura es eminentemente audiovisual y, por tanto, en afortunada expresión de Abraham Moles, una cultura mosaico, hecha de flashes, de fragmentos dispersos que es preciso compaginar y recomponer en la mente del espectador.
Pongamos un ejemplo: conocemos el programa de más éxito de los últimos meses: OT. Este programa se compone de muchos microprogramas: resúmenes diarios, los chicos cantando, los chicos bailando, comiendo, llorando, riendo…¿Alguien de la sala recuerda haber visto de una forma completa el plató donde se celebran las galas? Yo, no, y les aseguro que he seguido el programa. Sin embargo, muchos seríamos capaces de imaginarnos cómo es ese espacio y eso que el realizador ha jugado con nosotros en todo momento con planos parciales, cortos, movimientos escalofriantes de grúa, claroscuros, zooms vertiginosos, primeros planos…En todo momento ha utilizado un modelo expositivo de cultura mosaico y ha conseguido su propósito, no lo duden. Pues bien, ese tipo de lenguaje, nuestro jóvenes, nuestros niños, lo dominan. Han nacido y crecido con él y nosotros nos empeñamos, sin embargo, en hacerles llegar nuestros mensajs de una manera lineal, jerarquizada, cerrada.
¿Qué pretendemos decir con todo lo aquí expuesto? ¿A dónde queremos ir a parar? A muchos sitios, la verdad, pero a uno en concreto: hoy, en el año 2005, la televisión forma parte de nuestras vidas. En algunos casos, en algunos momentos, es nuestra propia vida y todas las nuevas formas de expresión que las Nuevas Tecnologías nos proponen tienen un componente común: la imagen y la palabra. Aprender a convivir con ella, a compartirla, a convertirla en nuestro mejor aliado será la mejor de las decisiones que podamos tomar, sobre todo si queremos que el tiempo libre de nuestros jóvenes y niños deje de ser un problema y se convierta en una ocasión única para estar más cerca unos de otros.
Juan Antonio Pérez-Bello