Estos días han sido distintos. Son días de encuentros, entrevistas, ordenación de materiales y espacios y reflexión sobre lo que hemos hecho. Son días de puertas abiertas y pasillos anchos.
De todos ellos yo me quedo con dos: el martes, 24, y el jueves, 26. El martes porque es el día que elegimos para recibir, una por una, a las familias de los chicos. El jueves porque es cuando celebramos el claustro.
Hoy hablamos del martes. Mantuvimos entrevistas individuales en las que hablamos de sus hijos, lo más importante de sus vidas. Su vida, en realidad. En nuestro caso fueron entrevistas cálidas y cariñosas y en ellas comentamos aquellos aspectos que les ayudan a afrontar ese período esperado y temido al mismo tiempo que es el verano. Les ofrecimos algunas sugerencias para ayudarles a conseguir que la lectura, los libros, sean esos amigos y compañeros que nos acompañan con una mano sobre el hombro y no un enemigo al que tenemos que acoger en casa porque así nos lo dice la sociedad. Y también compartimos algunas ideas que les pueden ayudar a emplear el tiempo libre con sus hijos.
En fin, todo con el fin de que nuestros papás y mamás se sientan acompañados y apoyados en esta apasionante y compleja tarea que llamamos educar y que a veces nos produce cierta inquietud. Porque creo que una de nuestras tareas como maestros/as es precisamente aportar a las familias un par de gramos de calma y cuarto y mitad de confianza. Procurarles un estado de seguridad para que sepan que estamos con ellos, que somos profesionales y también personas con sensibilidad, emociones, sentimientos y hasta respuestas a sus preguntas. Si conseguimos que eso sea así el camino será igualmente arduo, no vendemos duros a cuatro pesetas, pero será también un camino recorrido en compañía. Y eso es muy reconfortante.