Una de las cosas que más me interesa y me ha interesado es aprender de nuestros mayores. Siempre los he tenido muy presentes, siempre he procurado estar a su lado para conocer sus experiencias y su experiencia y de todos ellos, o de casi todos, para no ser injusto conmigo mismo, me han llegado palabras hondas y completas. En mi caso quiero nombrar a Antonio Martínez (“Nos sirve tu palabra”), a Antonio Pérez (“La palabra sin días”), a José Daniel Gil, a Salvador Berlanga. Y a Ángeles, a Araceli, a Alicia. Todos maestros, todos mis maestros.
Por eso me gusta decirle a Ana Artigas, profesora mía que fue en aquel curso de especialización de finales de los ochenta y de la que tengo los mejores recuerdos, que gente como ella, y ella misma, son muy necesarias. Que me gustaría saber cómo encontrar el momento y el lugar en el que ellos pudieran contarnos, a los jóvenes maestros, a los maestros maduros, de dónde venimos, para saber mejor a dónde vamos. ¿Por qué no una Facultad de la Educación de Eméritos? Volveré sobre esta idea.
P.S.: Este artículo lo escribí en mi blog el pasado 5 de agosto de 2015, hace ahora un año, y se da la mano con una noticia aparecida hoy en heraldo.es: «PROFESORES JUBILADOS DARÁN CLASE A LOS RECIÉN INCORPORADOS A LOS CENTROS EDUCATIVOS».
A la espera de ver cómo se regulará la participación de este colectivo tan valioso, confieso que cuando he leído la noticia he sonreído complacido. He vuelto a contemplar las profundas miradas de mis amigos maestros de los que tanto aprendí y, debo decir, sigo aprendiendo. Y no sólo los recordados en mi artículo, pues a ellos sumo hoy a mi querida compañera Salva Luzón y mis apreciados amigos Carmelo Marcén y Mario Moreno, que me ayudan con su sabiduría, amor a la vida y generosidad a entender un poco más este mundo que la vida nos ha regalado. Por ellos, para ellos, mi afecto y agradecimiento.