(Este texto se publicó en este blog el 16 de septiembre de 2016 y en «El Pispotero», nº 109)
Sabrás, mi querida Maribel, que este texto lo escribí, en realidad, hace veinticinco años, cuando aún no te conocía. Aquel día de septiembre, cuando compartimos nuestra primera mañana, comencé a redactar estos párrafos que procurarán no descubrir ninguna falta de amistad. También tratarán de poner las tildes en los afectos adecuados y no olvidar ni las comas ni los puntos de amor. Y lo hice sin saber lo importante que ibas a ser para mí, para nosotros. Sin saber que serías la maestra que nos enseña, con la que aprendemos, de la que aprendemos. La maestra que hace del trabajo su mejor argumento. La que lo da todo porque sabe, lo sé, lo sabemos, que no es más rico quien más tiene, sino quien más comparte.
Junto a ti se nos ha hecho breve la inmensidad de tu labor. Junto a ti se acababan las sombras cuando se trataba de sumar esfuerzos, porque estabas en cada recodo del camino. Junto a ti, nunca lejos, siempre cerca, supimos saber que el único “ismo” que nos vale en la escuela es “el trabajismo”. A él te aplicaste desde muy niña, cuando decidiste que nunca te irías de la escuela. Lo llevas escrito en tu mirada, en tu forma de hablarle al futuro, esos cientos de niños y niñas que un día fueron escolares y hoy son tu legado.
Quienes hemos estado a tu lado hemos encontrado a la persona cabal, sensata y dispuesta que tanta falta nos hace en todo momento, en todos los momentos. Con palabras ajustadas y melodías dulces como tu voz has abrochado a tu vida el cariño de tu gente, la misma que ahora trata de imaginarse el aula sin ti.
El aula, tu mundo, tu gran cuaderno de páginas infinitas en el que has escrito tu mejor relato, con mil protagonistas siempre distintos, siempre iguales. El aula, la llanura en la que crecieron tantas ilusiones y sobre la que acostaste tu empeño por contribuir a que este mundo fuese un lugar hermoso y amable, porque fuera digno de ser amado. Como los pueblos que habitaste con tu Ángel y después tu Miriam. Como los compañeros que te apreciaron, los amigos que te quisieron. Como tu Josedaniel, así, todo seguido, porque hay hombres y mujeres que no tienen interrupción ni en su nombre, que eso era él, un ser continuo, sin final, y a la vez tu continuación, la otra cara de tu moneda.
Y tu Teruel, que rima en consonante con tu nombre porque así lo quiso el destino. En sus sierras, sus páramos, sus ramblas se adivina el futuro que has bordado día a día y bajo su cielo se cobijarán los recuerdos que nunca serán pasado. Porque es tan bello el futuro que el presente te sabe feliz y eso le enamora.