Meryl Streep tiene dos ojos azules como el tiempo que ha gastado en vivir. Su sonrisa nada entre las sombras de la inteligencia y siempre encuentra una orilla en la que descansar, pues es tal su grandeza que no hay ola que no desee acariciar su boca. Cuando la vi en “Kramer contra Kramer” no fui capaz de entender la amargura de una mujer que lucha por su vida, que es su hijo y es capaz de romperle la sonrisa a la luna si fuera preciso.
Años más tarde, mi mundo, mi corazón y mi voz temblaron bajo el acantilado de pasión incontenida que Francesca y Robert nos mostraron y que nos indujo al vértigo de la vida en estado puro. La mirada blanca y cristal de aquella mujer que siente su cuerpo rojo de deseo cuando el fotógrafo de National Geographic recorre su espalda con la lengua de una música maravillosa no se me olvidará y aun hoy recurro a su humana verdad para encontrar respuestas a las preguntas de que el amor me hace cada día.
Ahora Meryl es Margaret Thatcher. Y lo es en toda su dimensión. Con grandeza, con valor, con generosidad. Es una propuesta de oro la que nos llega estos días, y es más valiosa porque sabemos que es mujer progresista que ha querido y ha sabido agarrar por la cintura el perfil de la Dama de Hierro, calificativo muy adecuado que retrata perfectamente la personalidad de la Primera Ministro británica durante los duros y mineros años ochenta.
Si leemos las muchas entrevistas que estas semanas caen en nuestras manos con motivo del estreno de la película que lleva como título el sobrenombre de la Thatcher en todas encontraremos un aroma a elegancia, un perfume a clase que no se compra, que se tiene o no se tiene, a artista que no renuncia nunca a ser quien haya que ser, a actriz que sentía mucha curiosidad por saber cuál fue el peaje que tuvo que pagar esa mujer por ocupar ese lugar en la Historia. Y también le interesan los ancianos, las historias que se esconden detrás del rostro de uan anciana.
A veces la vida duele. Duele cuando una mujer de su belleza, belleza de mujer, tiene que arañarle la cara al amor que asoma por la puerta del campo que la aprisiona y no le permite respirar otro aire que el de la monotonía en el beso gris y frío, peroi el lamento acab cuando actrices como Meryl Streep escriben párrafos de dignidad en cada diálogo regalado y dibujan sentimientos infinitos cuando su cara congela el gesto dramático del que siempre es la dueña.
Meryl, la que lloró y nos hizo llorar ante la impávida figura de un atónito Pierce Brosnan en la escena de la canción “The winner takes it all”, es un delta de aguas extendidas sobre la tierra que nos vio nacer y ha de recoger nuestro último suspiro.