Hoy va de fiesta. El sábado 13 de Junio dirigí mis pasos a la Plazaespaña de Zaragoza cogido de la mano de quien más me quiere y mejor quiero. Ese día respiré, respiré sonriendo y emocionado como, supongo, lo hice hace 45 años cuando en esa misma calle y en aquella ocasión a corderetas de mi padre aclamé, como sólo lo puede hacer un niño, a los Magníficos, que recorrían las calles de mi ciudad con la Copa del Generalísimo lograda después de derrotar al Atlético de Madrid por 2 – 1 con goles de Lapetra y Villa. Respiré emocionado, como cuando hace 31 años celebré el ascenso a Primera en un mágico 23 de Abril después de haber soleado mi corazón aragonés en la manifestación por la autonomía esa misma mañana. Respiré ilusionado, como lo hice hace 23 años, aquella mañana de domingo en la Plaza del Pilar en que recibimos a los héroes del Calderón que habían derrotado al Barça con gol del Poeta al malogrado Urruti en la Final de Copa del 86. Respiré, en fin, como lo hicimos miles de zaragocistas esa tarde, porque nuestros ojos ya divisan un horizonte claro y abierto, el que merecemos, el que añoramos, en el que hemos crecido y nos hemos hecho hombres y mujeres.
Todo había acabado. O mejor: todo empezaba de nuevo. Recibimos a los héroes, a nuestro guerreros sonrientes, esforzados en la batalla, suaves en la alegría. La gente alegre cantaba y gritaba frases bien cosidas que levantaban el color zaragocista hasta el cielo que se negaba a llover, como si no quisiera romper la celebración.
Llegó el autobús y llegó la algarabía. Como sé que ocurrió hace tantos años, en 1951, por ejemplo, cuando el Real Zaragoza derrotó al Real Murcia por 3 – 2 en un agónico partido y supo que era equipo de Primera tras una inacabable espera de veinte minutos cuando se consumó la derrota del Málaga ante Las Palmas por 4 – 1. El zaragocismo protagonizó entonces una multitudinaria peregrinación hasta el Pilar para celebrar el ascenso y la ciudad vibró como nunca. Como el sábado. Había que ver los rostros de los miles de presentes y los gestos entregados de los jugadores y el cuerpo técnico. De jugadores como Ander, futuro del Real Zaragoza, y de Fabián Ayala, historia viva del fútbol mundial y, ahora mismo, zaragocista por los cuatro costados.
Acompañamos al autobús, enfundados en nuestra emoción, y después optamos por regresar a la Campana de los Perdidos, templo de melodías y añoranzas. Allí nos esperaba el amor. Allí estaba el futuro. Como en nuestros corazones. Ya estamos en Primera otra vez. Ya estamos en casa.