Ser Marilyn debe ser lo único que supera la magia de ser Marilyn y algo así debió pensar
Michelle Williams cuando aceptó la propuesta de Simon Curtis, director de “Mi semana con Marilyn”, el hombre que supo verla con otros ojos, diferentes de los que hasta ahora habían visto en esta joven estrella, palabra que ella aborrece, que hasta ahora sólo había, como mucho, compartido protagonismo con actores como Ryan Gosling o quien fuera su marido, ya fallecido, Heath Ledger.
Michelle tiene la mirada de las mañanas recién nacidas y su voz atraviesa las paredes de los sueños con la misma nitidez con que se ha acercado a la posibilidad de obtener un Osacr que finalmente ha ido a parar a la Gran Diosa Streep. Durante mucho tiempo peleó sola con el mundo, como cuando decidió emanciparse de sus padres a los quince años porque no quería que nadie decidiese por ella ni le dijera lo que tiene que hacer, y ese camino que inició con su trabajo en “Dawson crece” obtiene ahora el aplauso de la profesión cuando le conceden el Globo de Oro como mejor actriz de comedia.
La película que dirige Curtis es el relato de un joven que, fascinado, participa como ayudante de producción de “El príncipe y la corista”, la película que reunió a dos genios de la interpretación, Lawrence Olivier y Marilyn Monroe, y en la que el brillo de sus egos construyo una obra de arte que aun hoy degustamos con deleite.. En esta ocasión, la Williams es el reflejo en el que poder volver a contemplar la belleza hecha actriz bajo la piel y el alma de la mujer que consiguió que la cúpula del cielo se estremeciese cada vez que aparecía en la pantalla de cualquier sala de cine. Y Michelle es Marilyn. O Marilyn se ha hecho Michelle.