Cuando Roberta Guaspari llegó al colegio del East Harlem de N. York no podía imaginar lo que que se encontraría: la oposición del jefe del departamento, muerto de celos por la cercanía con su alumnado, la incomprensión de las familias y el desinterés del centro. Esta historia real fue llevada al cine con un hermoso título y en la pantalla fue Meryl Streep quien le puso piel y alma al personaje.
Estos obstáculos convirtieron su labor en un acto generoso que a punto estuvo de ser estéril: al cabo de los años se suprimieron las clases de violín porque el Consejo Educativo de la ciudad despreciaba su valor educativo. Sin embargo, el respeto ganado entre las familias y profesorado y su tenacidad lograron que grandes violinistas como Isaac Stern contribuyesen a la causa participando en un concierto en el Carnegie Hall.
Hoy las melodías de aquellos violines ocupan pentagramas posibles. Después de años en que las leyes han arrinconado a la Educación Musical, la Educación Plástica, Visual y Audiovisual, se anuncian cambios en la ley: que durante Primaria el alumnado se acerque a la Educación Plástica y Visual y/o de Música y Danza y que en ESO todo el alumnado pase por alguna de estas áreas hasta 3º.
Pocas certezas tenemos, pero una es que las enseñanzas / aprendizajes artísticos son senderos rotundamente transversales. De su batuta, su pincel, su escenario, su objetivo penden todas las competencias y brilla su contribución a la educación emocional. También sabemos que aproximarse a la expresión artística proporciona herramientas como la escucha, la paciencia y la consideración de sus iguales.
Con estas ideas en el atril, en la paleta, en la cámara recordamos ese diálogo en que un personaje le dice a Roberta/Meryl: “¿Aún no te has dado cuenta de todo lo que has hecho por estos chicos?” y ella le responde con la mirada que no había sido ella sino la música, la expresión, el arte quienes les habían mostrado otra forma de estar en el mundo.