(Este artículo me fue publicado en el nº 40 de «La Crónica del Bajo Aragón»)
Vivimos en Territorio Asociación. En cada esquina de nuestros pueblos luce un luminoso donde se puede leer: “Peña…”, “Asociación…”, “Agrupación…” y eso es un hecho que perfuma nuestra vida y hermana nuestros esfuerzos. Hoy hablaré de una de ellas: la Peña zaragocista “Juan Señor”, de Alcorisa.
Y es que vuela mortecino el aire azul, que duerme el sueño de la miseria de ver a su equipo en Segunda División. Las tardes que otras temporadas eran una explosión de júbilo blanquillo son en estos momentos páramos de vientos secos y oxidados que arrastran cada latido con la fiereza del verdugo. En los últimos años he podido respirar la euforia de victorias épicas de las que guardo cálido recuerdo, pero no son las alegrías propias a costa de tristezas ajenas lo que me hace mostrar el orgullo de ser peñista. Sé, y me gustaría que todo el mundo lo viviera así, que el deporte es confrontación y que así debe ser, porque si existe el contrincante es para que yo pueda saber hasta dónde puedo llegar. Pero sé también que una peña de fútbol, una peña zaragocista, es un lugar de encuentro y un momento para la confidencia y la camaradería. Así fue cuando tuve el honor de compartir mesa y palabras con Violeta, uno de mis ídolos de niñez, que me confesó que “quedándose en el Real Zaragoza había hecho feliz a mucha gente”.
Ver un partido de fútbol en la Peña “Juan Señor” tiene un componente mágico. Podemos estar inmersos en una ácida discusión, alborozados en la refriega dialéctica o debatiendo sobre la importancia de ser zaragocistas. Este aspecto deriva siempre en ver quién lo es más. Sin embargo, hay un punto en que todos los planetas se detienen y los sistemas solares interrumpen su expansión: un gol del Real Zaragoza. Ahí, en ese instante se caen los argumentos. Las diferencias mueren y se agotan las opiniones encontradas y sin saber por qué el abrazo camarada se convierte en el símbolo de nuestra unión, ora en la alegría, ora en la tristeza.
Es cierto que vivimos golpeados por los escombros y sabemos que nos va a costar salir mucho de este paisaje en el que el estupor y la soledad son nuestros compañeros. No obstante, esta angustiosa travesía está siendo menos dolorosa porque la puedo vivir junto a mis amigos de la Peña. A ellos no les pregunto ni su nombre ni de dónde vienen: me basta con saber que en su corazón brilla esperanzada la corona del escudo del león.
Juan Antonio Pérez Bello