En la calle, ese espacio mágico que en Aragón elegimos para “coger un capazo”, me encuentro a la madre de un alumno que lo fue en Primaria y ahora roza el Bachiller. Está preocupada y tiene miedo a “equivocarse” si su hijo “elige mal y se cierra puertas”. Delicado asunto.
Es difícil sacudirnos los clichés, el “yo soy de letras”, “tu de ciencias” y eso dificultó que pudiera transmitirle que hoy lo importante ya es, y sobre todo va a ser, la educación no formal en el marco de una cultura del aprendizaje a lo largo de la vida. Entiendo su incredulidad, pero creo que fui capaz de hacerle ver que a su hijo le quedan muchas experiencias por vivir, situaciones fuera de la educación formal que tienen valor educativo por su vinculación con la capacitación personal, con los valores comunitarios o con la participación social.
Ojalá esto fuera un asunto nuclear en los entornos educativos. Ojalá generásemos como tendencias a centrarnos en el alumnado, donde pueda elegirse qué aprender, cómo aprender, cuándo aprender. Porque el ALV es el faro que nos señala la esencia del sistema educativo que acaricia tres desafíos que, si se afrontan, pueden mitigar la incertidumbre de la ciudadanía: reflexionar sobre el funcionamiento de los centros educativos, consolidar la
equidad y profundizar en la inclusión. Y aceptar que el mundo que se vislumbra necesita que nos creamos que nuestras vidas no se diseñan a los 16 años. Porque el objetivo es el viaje, siempre la travesía, no el puerto que nos espera.