Querida escuela:
Imagino que al recibo de esta estarás bien. Yo bien, gracias a todos. Parece que fue ayer cuando nos conocimos y ya han pasado más de veinte mil días y alguna que otra oscura noche.
Te confieso que a lo largo de este camino cuyo final atisbo, a mí me ha dado por leer. He leído mucho. Y por escuchar. He escuchado mucho. Y siempre a los mejores, a los que saben. Sí, en efecto. Es muy difícil descubrir los verdaderos rayos de luz entre tanto fogonazo mentiroso, pero todo es más sencillo cuando nos dejamos mecer por la vida y le permitimos al corazón bondadoso acomodarse a nuestro lado.
Me lo he pasado muy bien descubriendo centros educativos que llevan toda una vida buscando respuestas. Y también he disfrutado confirmando lo que mis mayores me enseñaron y de los que tanto aprendí: compartir es el viento fresco que anhela nuestra esperanza. Participación, le llaman.
Sí, ya sé que todo lo que escribo (y que no sé quién leerá) es muy simple. Y de tan sencillo a veces tan difícil se nos hace. Sin embargo, milady, en este hoy tan embarullado, casi nos viene bien. Porque nos toca ordenar los tiempos, repensar los espacios y decidir qué rayos hacemos con los recursos. Y todo es así porque, como escribió Dewey, «El maestro al enseñar no solo educa individuos, sino que contribuye a formar una vida social justa».
En fin, te dejo, que me voy a abrirle la puerta al nuevo año. Hasta la próxima, querida escuela. Cuídate mucho, que nos haces mucha falta.
(Publicado en Heraldo Escolar el 21 de diciembre de 2022)