Cuando uno tiene más pasado que futuro, y es el caso, brillan las enseñanzas de quienes fueron y son mis maestros. A su amparo, participo en encuentros cuando el curso nos muestra su horizonte. En todos ellos percibo un aroma definido por la necesidad de seguir trabajando por una escuela para todos.
Esta escuela a veces sufre y a pesar de todo sueña con la transformación. Esta escuela está más cerca de ser nuestra aliada para construir otro mundo: el de la cultura, el saber, las artes, la ciencia, la palabra, la solidaridad.
En estos encuentros he disfrutado con la propuesta de construir lenguajes amplios y he vuelto a sonreir al escuchar a una compañera decir, con don Milani, que “no existe mayor injusticia que considerar iguales a los desiguales”. Y hemos compartido el deseo del pacto por la belleza y la apuesta por la necesidad de salir de sí misma para encontrarse con el mundo.
Por ello, rescato las cuatro ideas que han guiado este viaje que me ha llevado a la orilla de Ítaca.
Que haya un buen maestro para cada alumno, porque la escuela es deudora del buen hacer. Que vivamos en una escuela de los entornos, pues el dónde es compañero esencial del aprendizaje. Que sellemos una alianza con el tiempo, verdadero cómplice de proyectos en común. Y que, en fin, superemos la esclavitud de la edad para encontrarnos según nuestras aptitudes e intereses.
Con todo ello escrito en este hermoso pergamino infinito, podemos decir: queda reconocida esta escuela.