(Publicado en Heraldo Escolar el 24 de Febrero de 2016)
Validar quiere decir “dar fuerza o firmeza a algo”. Bajo esa definición podemos convenir que el tiempo que vivimos nos invita a regular muchas cosas, entre ellas los procesos educativos. La educación es hoy uno de los principales indicadores del progreso de un país y como tal es considerado por la clase política. Para conocer el nivel de la calidad de un sistema educativo se utilizan diversas herramientas evaluadoras entre las que destaca PISA (Programme for International Student Assessment). Aunque este programa y otros ofrecen un análisis de los sistemas educativos y no se limitan sólo a ofrecer rankings, lo cierto es que los listados acaparan toda la atención mediática y casi nadie se preocupa del resto del informe.
Esta afirmación complementa varios análisis, entre ellos “PISA according to PISA” (Transaction Publisher), que ponen en cuestión la validez de estos procesos. No quiere decir que no sirvan para nada, pero sí estamos de acuerdo en que sus conclusiones no deben ser tomadas como la única forma de conocer nuestros sistemas educativos.
Las reválidas, las pruebas de diagnóstico, las evaluaciones externas son acciones que despiertan rechazo, que provocan recelos y activan prejuicios muy arraigados en la comunidad escolar. No es menos cierto que las administraciones educativas han explicado poco y no siempre bien la necesidad de aplicarlas, la metodología empleada y su finalidad. La escuela, en ocasiones, está presa de la prensa, pues muchas veces son los medios los únicos encargados de trasladar a la sociedad el sentido de su acción y su actuación y en el camino se queda no solo la razón, sino también las razones. Por eso, será preciso reivindicar un mayor protagonismo, también a la hora de comunicar, no solo de informar.
Estos informes, en fin, solo evalúan los conocimientos y competencias de los alumnos en matemáticas, ciencia y compresión lectora, pero no se preocupan por hacer un seguimiento de la evolución de los estudiantes. Tampoco se atreve a analizar la realidad del alumnado en aspectos relacionados con el crecimiento personal. Estos procesos nos pueden ayudar, pero nunca deberían tener la última palabra. En todo caso su aplicación debe llevarse a cabo con tiempo y dedicación, lejos siempre de la urgencia.