«(…) ¿Reproducimos prácticas educativas que son, a veces, más espejo de modas que resultado de la investigación? ¿Nos falta análisis y reflexión sobre nuestra acción (educativa)? ¿Por qué es tan importante el futuro cuando hablamos de educación?».
A esta y otras preguntas respondo en el mi artículo «Sobre la reforma educativa» que publica la Revista «Ágora», en su página 58.
¿Está la escuela institución anclada en el pasado al tiempo que respira un presente repetido? ¿Nos falta análisis y reflexión sobre nuestra acción? ¿Reproducimos prácticas educativas que son, a veces, más espejo de modas que resultado de la investigación? Si respondemos “sí” a alguna de estas cuestiones es posible que, en efecto, haga falta afrontar una reforma educativa.
Un decálogo de iniciativas que definan esa necesaria reforma educativa debería facilitar la aproximación a nuevos escenarios. Por eso, para elaborarlo propongo comenzar su desarrollo contestando a otra pregunta: ¿por qué es tan importante el futuro cuando hablamos de educación?
El primer punto del listado es asumir que todo lo que hacemos en la escuela tiene sentido solo cuando nos convencemos de que la educación está íntimamente ligada a los conceptos de desarrollo y progreso. Al mismo tiempo, ambos se refieren a la idea de que el futuro no llega porque sí, sino porque aluden a la idea de evolución. Por tanto, conciencia y consciencia sobre la trascendencia de nuestra acción educativa.
En segundo lugar habrá que afrontar el debate acerca de si “dar preferencia a la educación de la inteligencia o a la del corazón”. Esta afirmación es de Aristóteles pero sigue teniendo hoy vigencia, máxime cuando hoy vivimos instalados en una profunda inseguridad acerca del currículo que es más adecuado para educar. ¿Debemos ser prácticos, construir personas o buscar la estética de las metodologías?
El derecho a la educación en condiciones de justicia social, y coincido con Gimeno Sacristán, es un objetivo irrenunciable si queremos contribuir a la evolución educativa. Hay que considerar, además, las peculiaridades de nuestra sociedad de la información, en la que las tecnologías ponen a nuestro alcance un amplísimo horizonte de información. Ello es así porque habrá que conjugar ambos conceptos para atender de qué manera relacionamos el derecho a la educación y el derecho al acceso a la información, cada día más próximos entre sí.
Es previsible que se dé un cambio estructural de importancia y que los autores como J. Echevarría denominan “escuela continua”. Vamos hacia un escenario interdisciplinar donde los equipos mixtos cobran relevancia y eso nos obliga a tener muy en cuenta las necesidades del mercado laboral. Y considerar que una transformación como esta implica la transformación de un tiempo industrial a un tiempo informacional.
Uno de los agentes protagonistas de este reforma educativa es el profesorado. Se ha hablado mucho de la necesidad de afrontar de forma distinta su formación y en ello hay un acuerdo general. Pero es preciso incorporar a esta reflexión la existencia ya de lo que Zirtae y Nonreb denominan “profesorado tecnológico”. Son esos ordenadores o dispositivos que forman parte de nuestras vidas y que van a evolucionar sin duda hacia formas de inteligencia artificial con las que las y los docentes deberemos aprender a compartir tareas educadoras.
El otro agente actor es el alumnado. Sobre él ha escrito mucho y bien Tonucci. Y una de sus primeras ideas con que nos quedamos para que la reforma educativa que propugnamos sea posible es que la escuela del mañana debería ser una escuela para todos. Esa es la mayor y mejor reforma educativa. Esa es la revolución pendiente. Y para que esto sea posible debemos procurar escuelas bellas para sentirnos bien en ellas, ricas de estímulos y fascinadas por el saber. Deben ser escuelas donde se escuche y abiertas al mundo. Y deben ser escuelas que existan para los diferentes con el fin de ayudar a cada discípulo a encontrar su campo de excelencia.
En este recorrido por la esperanza, queda hablar de cómo estar juntos. Lo que se da en llamar agrupamientos. Y puesto que hablamos de reformar la educación, deberíamos facilitar otras formas de organizar los grupos. Santos Guerra defiende que agrupemos según capacidades específicas, aprovechando los conocimientos adquiridos y teniendo en cuenta los intereses y la propia historia de los grupos y de los individuos. Y a ello podríamos añadir otros aspectos como la necesidad de autonomía, participación de la comunidad y, sobre todo, una actitud investigadora que ayude a encontrar soluciones.
Llegados al punto número ocho debemos abordar la importancia de reformar los currículos. Ante la avalancha de sugerencias metodológicas que nos acompañan en nuestros días, una afirmación de Jaume M. Bonafé sintetiza nuestra posición: “La escuela del futuro será la escuela del reconocimiento de la experiencia”. En esta frase se encierra una verdad que merece ser considerada. Frente a la reproducción de los contenidos la escuela “tomará como base la vida cotidiana con las vivencias del sujeto como núcleo central”. Una buena palanca para activar la reforma, sin duda.
Y por último, hablemos de los espacios y los tiempos. Las decisiones que tomemos hoy en torno al lugar donde la escuela se hace escuela y a la organización de los momentos de encuentro escolar serán la base del desarrollo de las prácticas educativas. Estas dos dimensiones son precisamente objeto de reflexión con una intensidad, seriedad y profundidad que no se aplican a otros ámbitos. La comunidad educativa las considera fundamentales en su aportación al cambio y por ello un interesante movimiento transformador se ha instalado en el centro del debate. Buenas noticias.
El último párrafo lo destinamos a concluir que cualquier reforma educativa debe afrontarse modificando el foco. La evolución de la sociedad y los avances del conocimiento y del saber, así como el imparable desarrollo de la tecnología nos exigen que situemos nuestras respuestas al amparo de una idea: si podemos cambiar las cosas, ¿por qué vamos a seguir haciéndolas del mismo modo?. ¿Por qué?