Es el mismo sol, el mismo azul en el cielo, el mismo perfume de otoño joven y ancho de vida. Todo es igual. Hasta la sonrisa de los niños que revolotean por las nubes de la tarde. Parece mentira cómo se pueden parecer tanto dos momentos lejanos y distantes. Cuando en medio han nacido días inacabados y noches sin horizonte todo parece dormir en el olvido, pero la ausencia siempre vuelve para agarrarte el alma y arañarte cada rincón de tu memoria.
Hoy hace un año que Juan, el padre de mi amor, el abuelo de mi mañana, se abrazó a su deseo por ir a dormir al Mediterráneo y nos dejó. Un año en el que no hemos podido escuchar su palabra cálida ni compartir su presencia acogedora. Un año con tantas luces como momentos lo hemos recordado, en el que hemos crecido y hemos acompasado la vida a cada minuto sin él.
Juan apagó sus días y quienes tanto le quisimos estamos viviendo el día de hoy con la alegría que el nos exigió, sabiendo que las olas de Levante están mejor acompañadas que nunca y que toda la poesía que los naranjos son capaces de escribir tiene en su voz el mejor relator. Así lo compartimos sus seres queridos aquella hermosa jornada de otoño en la Malvarrosa y así lo mantenemos como señal del amor con el que hemos aprendido a vivir los mismos que hoy le añoramos.
Juan, el padre, el esposo, el abuelo, el amigo, el tío acuesta cada noche el aroma del Portal de Valdigna camino de la Plaza de la Virgen y no será extraño encontrárnoslo en la Esquina de la Esperanza charlando sobre todo lo que de humano hay en nosotros.
Aquí sigue vivo tu recuerdo porque sigues vivo en nosotros.
Un comentario en «Un año después del último abrazo a Juan Perpiñá.»