En un viaje en tren escucho una conversación entre dos desconocidos. Comparten, entre risas, sus experiencias de aquellos días de angustia, incertidumbre, aplausos y dolor que recordamos como “confinamiento”. Y ratifico mis temores: la memoria es muy amable y el ser humano sabe cómo maquillar el pasado.
Porque echando mano de mis notas, las que tomé durante aquellos días, lo que estos ciudadanos comentaban no se corresponde con ellas. Vivíamos una situación inédita, que se había producido de forma súbita, sin tiempo para reflexionar. “Algo de gran trascendencia está sucediendo”. La escuela les pidió a las familias “que asumieran el papel de docentes” y “descubrimos las enormes dificultades que tenían que afrontar”. A eso añadí algunos datos: el 18% de la infancia vive en un hogar con problemas de habitabilidad, el 13% no tiene ordenador y el 11% pasa frío en invierno.
Por último, por resumir, constaté que al sistema educativo le faltaban metodologías, competencias y fórmulas para conectar con el ámbito familiar y social. Y método. Y concluí: “el curso 2019-2020 en cierto modo no termina en junio”. “No habrá vuelta al 13 de marzo. No con aquellas herramientas. Sí con estos corazones”. Eso escribí. Y me equivoqué.
Hoy afirmo que aquella primavera nació una nueva era. Y confirmo que en los centros educativos hay muchas preguntas y pocas, muy pocas respuestas. Eso me dicen mis compañeras, mis compañeros docentes. Definitivamente, los viajeros del tren habían vivido una realidad paralela.
(Publicado en Heraldo Escolar el 7 de diciembre de 2022)