
¡Uf! Hoy, sí. Hoy cuesta escribir la crónica del Real Zaragoza. Hoy la pantalla en blanco es un camino lleno de pedruscos y zarzales enemigos. Hoy, zaragocistas, la boca se seca y los ojos notan el arañazo de la tierra seca. Hoy, en fin, es el día en que el futuro se nos muere porque agonizan las palabras.
El partido de ayer es un grito estéril que nos llega desde la jornada 1, aquel lejano estropicio que vivimos en Donosti y que nos arrojó a la cuneta de la desesperanza. Bastó que enfrente hubiera un equipo ordenado para que todas las luces rojas iluminasen el limpio cielo del primer domingo de Pilares.
Los jugadores no hicieron bien su trabajo y el entrenador no supo leer ningún párrafo del partido. Así, el equipo se arrastró por la arena de la inseguridad y su relato es tan pobre que el único camino que se anuncia es el de la debacle.
Gabi repitió esquema, con la única variante de Tasende por Pomares, lesionado. La intención era volver a marear al equipo contrario con posesiones largas y movilidad en las bandas, pero el Córdoba le tomó la medida al Zaragoza. Con una mayor consistencia, evitó que los de Gabi sorprendieran, seguramente porque les falta creatividad y soluciones alternativas.
El recurso del balón largo a Dani Gómez no es una respuesta a las dudas y Moyano ayer no encontró senderos finales. Cuenca, por el contrario, repitió un buen partido, desafiando continuamente a Vilarrasa, al que mareó en varias ocasiones con su verticalidad. El problema venía cuando el balón circulaba por el interior, porque ahí Guti no fue el timón que fue ante el Mirandés. Paul y Saidu cumplieron en la contención pero no fueron los guardaespaldas adecuados para articular dinámicas dañinas.
Algunas voces también han reseñado el papel enemigo del cierzo. Puede ser. No negaré que algún remate se fue a Juslibol por culpa del viento, como las dos ocasiones de Cuenca, pero no me parece suficiente argumento. Más bien apuesto por la inestabilidad emocional que hace que algunos buenos jugadores no crean en sus posibilidades.
Lo mejor del partido fue la ausencia de peligro por parte del Córdoba. Genera mucho según los datos, pero en la primera parte Andrada pudo disfrutar añorando sus paisajes argentinos a ritmo de zampas o chacareras. Con todo, se llegó al descanso donde los jugadores pudieron recomponer sus cuidados peinados castigados por la ventolera del mediodía pilarista.
No hubo cambios en la caseta y la reanudación anunció que si se daba un gol seguramente vendría de la mano de una jugada aislada o de un buen manejo de las corrientes de aire. Eso estuvo a punto de ocurrir a los pocos minutos, cuando Cuenca le comió una vez más el paquete de tostadas a Vilarrasa y su centro lo despejó regular Alves. Casi llega el primer gol fruto, es cierto, de la fortuna, pero es que estos partidos son así: obtusos, oxidados de juego pero abiertos a la fortuna.
También pudo cambiar el partido minutos después si el árbitro hubiese aplicado el reglamento y hubiese sancionado con la segunda amarilla una clara mano de Vilarrasa, pero el muy mediocre Rafael Sánchez, árbitro murciano, no lo tuvo ni a bien ni a mal. El error fue tan grueso que el entrenador rival, Iván Ania, sustituyó al ex del Huesca al cabo de un minuto. Tan evidente que resultó grotesco.
Llegado el minuto 15 Gabi decidió ejercer de entrenador y tomó una decisión que acabaría por ser discutida. Quitó a Moyano, algo ausente, y a Cuenca por Pau Sans y Valery. Lo del cántabro se pudo entender, pero lo del aragonés, no. Estaba siendo un peligro y un dolor de cabeza para la defensa andaluza y el entrenador madrileño lo sacaba del verde. No gustó.
A partir de ese momento la casualidad o la causalidad llevó al Córdoba a acometer un par de acciones de peligro que no acabaron en gol por poco. La primera cuando Tachi despejó de cabeza y el balón rondó el arco blanquillo y la segunda por la buena acción de Andrada despejando con el pie un chut raro de Dalisson. El aroma de posible victoria tornó en cierto hedor de posible derrota. Más cerca lo segundo que lo primero.
El Zaragoza no era capaz de escribir ni medio párrafo futbolístico, mientras que el Córdoba comenzó a atreverse con algunas cosas. Por ejemplo, con el balón parado. Y ahí llegó el bofetón. Kevin Medina sacó un córner cerradico y allá que fue Francho. Su golpeo de cabeza hacia atrás despistó a un despistado Andrada y el balón llegó a la red tras rebote en la pierna de Saidu. Aquello apagó del todo el gélido ánimo de la grada.
Este plan tiene lagunas. Muchas. Y hay agujeros que el entrenador no acierta a taponar. Antes al contrario, buscó el alcorze al éxito poniendo en el campo a dos delanteros, como si sumando más artilleros se llegase antes. Con eso logró el efecto contrario: mostró un argumentario arguellao, sin capítulos sólidos. Una idea que choca con lo que muchos creemos, que cuando se trabaja a zofra es más fácil lograr el objetivo que si cada uno va a la suya. Final del formulario
El partido estaba muerto y por añadido las jugadas del Zaragoza acababan una tras otra en el bardal, acumulando iniciativas basura que no encontraban la limpieza de una jugada bien que impidiera que el chandrío fuese mayor. Pero lo fue. Una jugada desafortunada de Paul acabó siendo muy mal gestionada por el árbitro, que maniobró burdamente para acabar expulsando al mediocentro blanquillo. Y aún más. Poco después Gabi recibió una roja directa en un gesto de dudosa explicación.
Sin rasmia que mostrar como argumento final, el equipo acabó con una enorme cuquera en el alma que ya veremos cómo se cura, porque las dificultades suman y los obstáculos cada vez son más difíciles de salvar. El destino, me temo, nos encorre inmisericorde y no hay trazas de sacudirse este humo de derrota que ha entufao el ambiente e impide ser optimista porque la realidad es muy tozuda.
Yo, desde luego, esta semana iré de propio al Pilar a poner algunas velicas, porque
todos los analistas coinciden en señalar la pobreza de recursos de este equipo, el técnico y el futbolístico. Quizás sea cuestión de darles tiempo pero en fútbol, amigos, eso es tan imposible como encontrar la olla de oro de la que la leyenda irlandesa nos habla. Y en ese callejón sin salida nos hallamos.