
Vale que solo vale ganar, pero también que hay que ganar en el tiempo adecuado. Por ejemplo, no sirve ganarlo todo al principio y luego hundirse en el vacío del pánico. Tampoco es provechoso derrotar al desierto cuando necesitamos vencer los secos miedos.
Veo que ya llegan a nuestros asolados muros los estruendos de las trompetas de la crisis otoñal. Ya se escuchan tras comprobar que lo vivido ayer en el Ibercaja Estadio fue un capítulo más de un relato incompleto. Este Zaragoza no pasa del empate frente al Albacete. Seguramente porque el primer párrafo es cerrar la puerta del Carmen. Este Zaragoza solo lleva tres puntos, muy pobre el contador, pero no engaña ni camufla su mirada. Sabemos lo que hay y, mejor, columbramos un futuro posible.
Gabi contó con los chicos que considera útiles para su plan. Porque tiene un plan, aunque de momento solo le sale a medias. Juega sus bazas con jugadores apropiados para cerrar los callejones. Eso sí, los encargados de descerrajar la portería rival aún no están finos. Casi todos están faltos de recorrido y ese, posiblemente, sea su problema. Porque para abrir veredas necesita algo que no tiene: tiempo.
Jugó el Zaragoza una primera parte correcta en defensa, agridulce en el centro del campo y fallida en ataque. La cobertura cuenta con futbolistas como el veterano Insua y el osado Saidu que proyectan certeza, sin brillo ni lustre, pero con las costuras prietas. La sala de máquinas está gobernada por un mariscal que anuncia fortaleza y ubicación. Un Paul que hace mucho tiempo no veíamos por estos pagos. Un Paul capaz de barrer los Monegros con su colocación, pero cuyo fuego no es suficiente para activar la maquinaria ofensiva. Dificultad, de momento, insalvada.
Y ahí se acabó el relato. Nada que ofrecer a la afición si hablamos de golear. Ni por ocasiones ni por intenciones. Ese es el debe del equipo. Anotamos tan solo una acción de Francho en el minuto 8, un chut que lo detuvo bien Lizoain. Después, mucho después, la jugada del penalty pitado por el árbitro y suspendido por un VAR tan niquitoso que huele a escombro. Injusta decisión, pero suficiente para dejar a cero el casillero zaragocista.
Llegamos al descanso y en la caseta Gabi dejó a un tocado Guti y puso a Keidi. Uno por otro, buscando agitar las aguas de los mares interiores. El equipo blanquillo mantuvo su corteza defensiva bien armada y trató de jugar en bloque alto (juro que me cuesta utilizar el nuevo vocabulario), pero pronto se le esbafaron las intenciones.
En la medular, que diría un castizo, poca llama. Y la propuesta de Gabi, la que nos lleva a orchegar las bandas, sin actores que interpretar. Por fortuna, el Alba vino a no morir, que en su situación es mucho, y a eso se aplicó. El único peligro llegaba con balones largos que Dani Gómez no alcanzaba a agafar. Lo intentó con su alma, mostrando una rasmia digna de mejores frutos, pero poco a poco se apagó la luz.
Ese era el paisaje. No se deshizo el equipo y Gabi pretendió enchegar los andamiajes del ataque poniendo a Valery y Soberón. Fue entonces cuando llegó la segunda jugada vergonzante de la noche. Un remate de Saidu que el VAR anuló después de darle mil vueltas. La imagen no aclaró lo que acabó sentenciando el juez y mucho menos demostró con certeza la invalidez de la acción.
Entró Pau Sans, recurso revolvedero al que le dieron poco tiempo para buscarle las cosquillas al Alba. Unos minutos más tarde Gabi tiró de Juan Sebastián. Ambas decisiones le vinieron bien al equipo, que dispuso de una buena ocasión a centro de Pau, pero Francho se tastaburrió. No fue su único error: dos minutos después dispuso de otro balón que no sabemos si lo chutó a puerta o se lo quiso entregar a Dani Gómez. Falta atino.
Hasta el final, muy poco más y llegados a este punto cabe la reflexión. ¿Nos dejamos mecer por los oleajes de la ya clásica crisis de pilares o llamamos a la calma y nos afanamos en buscar el tiempo que hoy no tenemos pero un día será nuestro aliado? La experiencia nos dice que la primera opción, tantas veces abrazada, nos lleva al abismo. La historia nos habla de cómo la segunda nos ofrece oportunidades casi olvidadas. A elegir, que para chemecar siempre hay tiempo.