
Cinco años después de estallar la pandemia ya conviven relatos diferentes sobre la misma. Ese trozo de la historia ha sido motivo de películas, documentales, videos y toda clase de productos que, sin embargo, no constituyen en suma una verdad única.
Esta reflexión nos lleva a lo que llamamos el currículo de Historia, extenso en cuanto a contenidos y que a menudo se reproduce de forma lineal. Esta realidad no concita el acuerdo entre el profesorado y aviva el debate, si bien una reveladora corriente de pensamiento defiende el análisis del currículo desde una perspectiva competencial.
Si las ciencias sociales se dividen en cuatro áreas (historia, geografía, historia del arte y ciudadanía) es razonable proponer un planteamiento globalizador que permita que el alumnado entienda que “la historia está viva en su presente”, en palabras de Victòria Carrió.
La historia bebe de la investigación y aquellas experiencias en las que el alumnado es protagonista de sus descubrimientos son las que conectan mejor con su dimensión humana. Es más importante darles herramientas para enfrentarse al pasado, presente y futuro que anclarse en los conocimientos, sin desmerecerlos. O saber investigar en fuentes y despertar la curiosidad y el placer por el descubrimiento. De nuevo Carrió: “Amar lo que hacemos para transmitir esa emoción”. O ahora Juan C. Yáñez: “Las mejores clases no son las que propician respuestas, sino esas donde se despiertan preguntas insospechadas”. Esa certeza incierta.