
“La sociedad no es consciente de los graves problemas de salud a los que se enfrentan las nuevas generaciones”. Esto afirma Augusto G. Zapico, seguro cuando constata que entre los niños de menos edad se da la falta de actividad física y el exceso de tiempo de pantallas y en los adolescentes añadimos una baja adherencia a la dieta mediterránea, pocas horas de sueño y alta prevalencia de sobrepeso. Malas noticias para la construcción personal de los jóvenes.
En ese ecosistema de vida activa encontramos respuestas al aprendizaje socializador y a la proporción de herramientas que contribuyen a la resiliencia.
Sanz del Río ya cuestionó el descuido de la cultura del cuerpo, pues indica “espíritu inculto, grosero, (que) arguye ingratitud para con la naturaleza e insensibilidad ante sus obras”. Será que muchas ideas hoy tan vivas hunden sus raíces en campos añejos. Y rescato las palabras de Juana Sancho, quien nos invita a aceptar que “el cerebro precisa de todo el cuerpo para crecer y desarrollarse” y que “moverse e interactuar con el entorno es crucial para crecer de forma sana y disparar el pensamiento”.
Las recupero y asomo mi inquietud ante la tiranía del inmovilismo corporal, de la inexactitud del sedentarismo, el físico y el moral y trato de acercarme a la certeza de la calle aula, de la naturaleza texto, de la escuela paisaje.
Canta Macaco que son “tiempos de pequeños movimientos”, de creer que “una gota junto a otra hace oleajes”. Y nosotros somos el mar.