A cuatro años del último abrazo de Juan Perpiñá.

   verano06-148No me duele el día. Me lo impide la luz que susurra, Juan, tu recuerdo; me obliga la memoria del camino. No me duele y eso me sirve para sujetar con el nudo del amor cada día que vivimos sin ti. Cuatro años son mil vidas, pero ninguna deja de ser fértil porque en ti seguimos acostados a cuanto nos diste. En esa llanura que fue todo lo que compartimos, todo lo que construimos, cada palabra que nos regalamos cada vez que abríamos una ventana para que por ella entrara la fortuna de estar juntos.

   Ese día que no me duele  porque tú no nos dejas ha nacido oscuro y mortecino, pero como un secreto que se rompe surge tímido el sol para anunciarnos tu sonrisa. Cuatro años, decía, y continúa siendo bello el mar que mece tu deseo de dormir en él. Está hermosa la Malvarrosa, lo sé. Aunque lejana, ya sabes que la sentimos próxima porque a su orilla crece tu futuro, tu herencia, el latido joven y leal que bebió de ti toda el agua que no cabe en el Mediterráneo. Cada brizna de aire nos habla del mañana, el tuyo, el nuestro, la vida de nuestra vida. Ahí rompen serenamente las olas para traernos el aroma de la alegría que nunca te abandonó porque la sedujiste con tu fortaleza y tu fe. Está hermosa la mar, la que nos calma con su melancólica danza, la que nos regala melodías de Sorolla y colores de Serrano. Está hermosa, mujer de piel de plata.

   ¿Sabes? Cada día te nombramos y cada día te hacemos nuestro. Seguramente porque tú nos haces tuyos y porque sigues haciendo posible que creer en la vida sea nuestra promesa cumplida. Cooperar con los sueños para que se hagan suspiro en tu mirada. Silenciar el ruido de la pobreza para que brille la generosidad. Procurar que crezcan los corazones para que conozcan el tuyo, que pusiste al servicio del amor de los tuyos.

   Otro cuatro de octubre, Juan. Otro atardecer de otoño joven, otro despertar de la fiesta de Zaragoza a la que tanto contribuiste en los años cincuenta con tu entusiasmo, tu atervimiento, tu confianza en el futuro. Otro octubre con sabor a ti por tantos motivos que nos permiten nadar en la íntima lágrima pero, sobre todo, en la felicidad compartida entre quienes te quisimos y siempre te tendremos con nosotros. Otro día para comprender un poco más que tenías razón. No hay que llorar cuando nos dejáis. Hay que dar gracias a la vida porque en sus laderas, cuando la llama se apaga, nace un horizonte que nos espera.

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