(Artículo publicado en Heraldo Escolar el 20 de Abril de 2016)
Acoso es violencia. Peor. Acoso es el triunfo del no amor, del vacío de vida fértil en la comunidad. Cuando tenemos dos mil caracteres para retratar un drama como este corremos el riesgo de que el dolor nos impida afrontar un problema del que tienen (tenemos) noticia el 70% de los escolares de 15 años. Como víctimas, como espectadores o como causantes de la agresión.
En los centros educativos recibimos a la familia angustiada que nos pide, nos exige una respuesta que mitigue el sufrimiento y reconduzca al agresor. Y la escuela, institución y grupo humano, acepta su papel protagonista pero no siempre encuentra el guión adecuado con el que identificarse ni el director de la obra cómplice que gobierne el rodaje de la obra.
Afortunadamente ya disponemos de modelos suficientemente contrastados que nos ofrecen líneas de actuación y programas cuyo desarrollo nos brindan respuestas a un problema que ensombrece gravemente la convivencia y provoca sufrimiento. Desde la lejana/cercana Finlandia nos proponen el innovador programa “KiVa” con el que ha conseguido reducir de forma muy eficaz el acoso y el ciberacoso en el país. Los elementos esenciales que tiene como base son tres: utiliza una metodología práctica, pone el foco en los testigos del acoso y aprovecha las posibilidades de las TIC.
Muy cerca de nosotros contamos con numerosas experiencias escolares que han diseñado planes destinados a acoger, ayudar, reflexionar, apoyar y actuar de un modo constructivo en situaciones de acoso. Por hablar de dos próximas mencionamos el Programa «Alumnos ayudantes” del IES “Parque Goya”, de Zaragoza, y el proyecto “Territorio de paz” del CEIP “La Laguna”, de Sariñena y en ambos casos, como en tantos otros, destaca su dimensión colectiva.
Ser comunidad, vivir en plural son ideas que crecen fuertes y luminosas cuando afrontamos situaciones de maltrato porque contribuyen a anular el silencio, cómplice insano. Pero también necesitamos planes de formación con vocación de permanencia, pues el profesorado necesita saber analizar y gestionar un problema con demasiadas aristas, con demasiados claroscuros. De nuevo la formación, o sea.