Hace unos días le decía a una buena amiga: “Qué hermosa se adivina la orilla conforme nos acercamos a ella”, frase que nace por lo próximos que están para mí el día y la hora de cerrar la escuela, mi aula vital. Este hecho personal que comparto me invita a ver en la edad a una leal compañera de viaje mientras coincido con Edmond Rostand cuando, a sus 80 años, se miró al espejo y dijo: “Desde luego, los espejos ya no son lo que eran”.
El tema que planteo es la diferencia de edad entre el profesorado en los centros. Porque, ¿qué ocurre cuando en un claustro conviven docentes generación X, generación Z, millennials y hasta algún baby boomer?
Estereotipos aparte, que los hay, José M. Nieto habla de la necesidad de evitar la pérdida del “caudal de recursos profesionales atesorados a través de la experiencia” y sostener “la renovación del sistema educativo” que supuestamente aportan los más jóvenes. Iniciativas como el proyecto DePrinEd exploran la diversidad generacional del profesorado dentro de los centros docentes y estudian los procesos de interacción y de compartición de experiencias colaborativas.
Sin olvidar nuestra Red de la Experiencia, planteo que sería muy interesante afrontar el estudio de las relaciones profesionales entre docentes noveles, veteranos y jubilados en torno a la práctica educativa. Una propuesta que
busca desarrollar acciones de aprendizaje compartido, camino fértil en el que la atención y el cuidado de nuestros iguales son nuestra luz.