A Ángel Gracia, constructor de paraísos.

(Texto que he escrito con todo mi cariño y publicado en «El Pispotero», nº 109)   

   Vaya por delante, mi querido Ángel, que estas líneas las escribe en parte aquel niño que, siendo tú mozuelo, visitaba tu casa con más frecuencia de la que a mí me habría gustado (lo digo porque en ella me esperaban tu padre, para mí y para todos Don Tomás, el practicante del barrio que tanto bien distribuyó entre tantos con su medicina y su bonhomía, o tu hermano, hábil y eficiente seguidor de la saga). Y es que aún no sé si mucha gente sabe que tú y yo cruzamos vecindad y vecindario en aquellos años finales de los sesenta, con la vida, dicen, en gris marengo. Dicen, que yo no me lo creo porque para ti fue azul y blanca, grana y azul, que todos esos colores formaban tu juventud futbolera.

   Hoy escribo, cincuenta años después, con el alma ensanchada por la fortuna de haberte tenido a mi lado media vida, ensayando eso de aprender a vivir día a día. Y debo decir que se me ha hecho muy corto. Ha sido como si la primavera se hubiera empeñado en ocupar todos los días y las noches y en cada minuto se hayan acostado todas las palabras que nos has regalado.

   Quiero que el que no te conoce sepa que tu voz la vistes con la transparenteimagen1 lucidez de los ríos de montaña y que en tus ojos se adivinan las luces de la felicidad. En cada mano habita el polvo de los caminos que recorres cuando visitas al amigo y queda para el recuerdo la huella que has cosido en nuestros corazones.

   Cuando nos acercamos descubrimos que bajo tu bigote sempiterno no es posible ocultar ninguna de tus mil sonrisas, porque para cada momento tienes una diferente y todas son iguales. Y si queda una canción que no te haya amado, si se esconde una melodía en el recodo de los sueños completos, el tiempo bendecirá cada segundo compartido.

   Nunca te lo dije, pero hoy es el día. Saber que eres mi amigo me hace mejor, me ayuda a ensanchar los senderos que juntos hemos construido. Saber que soy tu amigo  me hace muy fácil tener fe en todo y en todos y algo así tiene que saberlo el mundo. Por eso, que el futuro, que es más breve pero más vigoroso que el pasado, te otorgue el brillo que los dioses reservan a los elegidos. A ti, que elegiste vivir por los demás, en los demás, para los demás.

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