Escuela inquieta (Heraldo Escolar) Foto: Jaime Perpinyà
Me gusta escribir sobre docentes porque yo mismo lo soy. He publicado artículos sobre su ser y nuestro estar y tras cuatro décadas de vida profesional tengo muchas preguntas y muy pocas respuestas. Pero de algo sí estoy seguro: la labor docente va más allá de la transmisión de datos e informaciones. Y más: la escuela tiene una enorme responsabilidad en la formación de una ciudadanía capaz de convivir en democracia.
Esta afirmación, de difícil defensa, choca con la idea predominante de que los profesionales de la educación debemos ser neutrales. Por contra, bebo y vivo las enseñanzas de Paulo Freire cuando dice que “la educación nunca fue, es o puede ser neutra” y que ser profesor “es una forma de intervención en el mundo”.
En esa línea añado que ser profesor me lleva a tomar decisiones, a definirme y exige de mí una toma de posición. Cundo escogemos un contenido, cuando elaboramos una tarea, optamos por unos valores y una forma de entender el mundo.
He leído proyectos de muchos centros educativos y en la mayoría se defiende con nítida convicción la importancia de formar una ciudadanía crítica y completa. Como también me acompañan la esperanza y la belleza de nuestra práctica, reafirmo mi compromiso con el testimonio ético al enseñar contenidos. Y como conozco a mis iguales, creo que en nuestras escuelas los procesos educativos van de la mano del esfuerzo por trabajar la igualdad, diversidad o justicia social, porque son cuestiones indisociables de la formación ciudadana.
