Supongamos que soy muy joven, estoy a punto de terminar mi formación como docente y el aula, llanura seductora, asoma junto al futuro. Así, imagino mis preguntas favoritas: ¿Qué debo tener en cuenta para convertirme en un buen docente? ¿Qué aprender para enseñar mejor? Y ¿quiénes son mis aliados en la tarea educativa?
Para responderlas, dos certezas, ambas aprendidas después estudiar tanto, de muchas lecturas e innumerables conversaciones. Una: educar va más allá de la escuela, por lo que estaré muy atento a lo que sucede en esta
sociedad y estudiaré y analizaré la realidad en profundidad. Asumo a H. Giroux, que ve a los docentes como intelectuales reflexivos y buenos conocedores de los problemas sociales. Dos: hay que recuperar el valor de lo culturalmente relevante y fijarse especialmente en lo socialmente necesario. De nuevo Giroux.
Pero no me olvido de las tres preguntas y veo que la escuela que necesitamos debe proporcionar algunas herramientas imprescindibles: ofrecer las mismas oportunidades, abrirse a su entorno y fomentar el crecimiento personal.
Esto lo escribo después de ver “La lengua de las mariposas”, donde Cuerda glosa la figura de Don Gregorio, el maestro comprensivo y amable que enseña a los niños y a las niñas que las mariposas tienen lengua. Y que sabe
que ”si conseguimos que una sola generación crezca libre en España ya nadie podrá arrancarle nunca la libertad”. Palabras necesariamente dignas de ser incorporadas al patio de nuestra convivencia.