
La semana pasada asistí a un encuentro educativo. Debatimos sobre la mirada ecosocial de la educación con el foco puesto en la Agenda 2030. Confirmamos que la gran apuesta de la escuela debe dirigirse a la promoción de una sociedad más justa, democrática y sostenible. Ahí recordé un artículo de Luis G. Reyes en el que expresaba que para educar con ese enfoque se precisa formar a las comunidades educativas, dotar a los claustros de herramientas eficaces para evitar acciones precarias y facilitar a los sectores educativos estrategias globales que superen las acciones individuales. Comunidad, en fin.
En este universo mi luz es Carmelo Marcén. De él aprendo la importancia de construir en alianza un mundo más equitativo. Sus palabras van dirigidas a quienes queremos combatir e impedir la división social, el deterioro de la convivencia, la intolerancia y la falsedad. Docentes y comunidades educativas que trabajan día a día para evitar la exclusión, limpiar el debate público, legitimar la tolerancia, apreciar los derechos humanos y hacer posible la cooperación.
La A-30 invita al profesorado a encontrar su lugar en el mundo, recordando que toda acción/reflexión debe contribuir a trasladar un mensaje de construcción. Para ello, los docentes están obligados a “verificar la información que dan al alumnado (pues) lo contrario sería un fraude educativos, de afectación personal y profesional”. Información veraz, rigor, espíritu crítico, alfabetización mediática y compromiso de grupo. Saber y vivir.