
Una de las claves que sustenta nuestra bóveda educativa es la dirección de los centros. Quienes hemos vivido esta experiencia sabemos que la playa del bienestar acoge las olas de la participación de la comunidad, prestando especial atención a la espuma del claustro.
Creo en la autonomía para promover iniciativas y en la bondad de la escucha, al tiempo que sé que su buen término contribuye al crecimiento personal y profesional. Miriam Miranda destaca que “cada vez hay más equipos directivos bien formados que ejercen ese liderazgo y construyen equipos consolidados que permiten que los proyectos educativos lo sean de equipos docentes”.
Creo en este ecosistema de saber distribuido en que los equipos directivos generan confianza, lo que implica un cambio de cultura de dirección de los centros. Esta transformación cambio ya se da en ámbitos como la metodología o el desarrollo pedagógico a través del conocimiento mutuo. Si es así, apostamos por conectar con el territorio directivo, necesitado de redes de cooperación y vínculos profesionales.
Creo en estos equipos y admiro su compromiso y generosidad en tiempos agitados, de riscos imposibles y olas incalculadas. Confío en la creación de espacios de reflexión, en momentos de formación. Y sé que es justo que la sociedad a la que sirven reconozca su labor. Cuando analizan situaciones, lideran procesos, atienden a las familias, aprovechan recursos y acogen al viajero. Y todo ello, siendo iguales con sus iguales.