He querido esperar al sol, Antonio, papá, yayo. Bajo su luz escribo mejor, siento más cerca la lejanía de los días queridos y encuentro más cálidas las palabras precisas para recordarte. En esta tarde de invierno piel madera elijo el brillo del agua querida para decirte lo mucho que te añoramos. Y con el reflejo transparente me quedo a dormir junto a las laderas de tu sonrisa, que se apagó como el atardecer de la juventud pero que aún nos sirve de compañera de todos los viajes que nos quedan por hacer.
Sería suficiente si en esta página blanca que guardo desde aquella mañana, ahora son dos años, supiera esculpir el poema definitivo que todo emigrante quiere escribir. El de la niñez que mece nuestra vida, el de los pasos nunca perdidos porque siempre nos llevaron a lugares sospechados y luego amados. Lo intento y surgen mil líneas del horizonte, como cuando surcabas las olas con brazadas de vida plena. Sabes y sabemos que en esas aguas bravas que calmabas con tu presencia siguen viviendo los deseos de darlos el amor que tantas veces buscaste en los demás. Y con él nos quedamos.
Hoy, papá, hace dos años que fuiste alma. Otra vez, como tantas veces serán hasta el final, te escribo esta carta blanca y eterna con la que te cuento que seguimos juntos, como tú quisiste. Y en esa unión está tu legado, tu voluntad de que viéramos crecer a tu Jaime y acompañásemos el paso del tiempo con una misma mirada. Créeme cuando te digo que no hay día que no hagamos verdad de ese deseo, por ti y por todo el amor que nos diste.
Hoy volvemos la vista adelante, como nos enseñaste, como aprendimos. Y cada brizna de futuro nos habla de caminoPorque la ausencia es una llamada al amor y en los brazos de tu memoria nos cobijamos para hacer de este día un canto a la vida.s generosos. Los que caminamos mientras escuchamos tu voz rota cantando la copla que te enamoró y evita que la ausencia sea dolor, sino llamarada de amor.