Nació la tarde bonita, tocada por la caricia de la leyenda. José Luis Violeta, el León de Torrero, recibió el homenaje de su ciudad, de su gente, de manos del alcalde. Pocos reconocimientos más justos en un prólogo mágico que la historia recordará. Nació la tarde, decía, con la esperanza por bandera y sin embargo, murió triste y agotada. Y agitada por la exasperación que provoca un entrenador que ya ha sido sentenciado por el zaragocismo al noveno partido de Liga. Se diría que nos hallamos en estado de pura necesidad. Ojalá se cumpliese lo que Berlanga anunciaba en su maravillosa “Los jueves, milagro” cambiando el día de la semana, pero en el horizonte blanquillo no asoma la calma, sino la tormenta conocida.
El equipo cambió de cara. La presencia de Petrovic y Larra eran dos gotas de agua nueva en un río deshilachado desde hace algunas jornadas y un mensaje de escasa hondura por parte de Carcedo. La buena noticia fue ese gol prematuro e inesperado del niño Iván que le arrancó una sonrisa pilarista a La Basílica. Pero fue buena y breve, pues el Zaragoza le aguantó el tirón a la euforia apenas quince minutos más. La novedosa iniciativa de situar juntos a Giuliano y Azón en el vértice del comando flanqueados por Francho y Vada devino en seguida en fiasco. Para que la idea hubiera resultado exitosa habría sido necesario contar con las incursiones de Fuentes y Larra por los caminos laterales, pero eso no ocurrió.
Antes de abandonar armas y bagajes y acogerse a un repliegue de equipo timorato, Azón se construyó un cabezazo que no encontró el cuerpo del contrario. El segundo gol habría supuesto un premio desmedido e inmerecido, pero ya se sabe que en esto del fútbol la justicia es un valor insignificante cuando de lo que se trata es de vencer y nada más. En cualquier caso, ya hemos dicho que el principio fue blanquillo sin alardes, pero blanquillo al fin. Después, la caída.
El Oviedo se apropió de lo ajeno, en este caso el balón y poco a poco fue tejiendo una sutil tela de araña futbolística que hizo posible que el balón rondara la portería de Cristian. Este se lució con una parada magistral a chut de Bastón, que se llevó, incrédulo, las manos a la cabeza. Podo después Mier convirtió con un chut cruzado, pero el gol fue anulado por fuera de juego. Respiro. El partido se había pintado la cara con los colores “sacavera” que lucía el equipo asturiano, en homenaje al Stadium Ovetense, club que, tras fusionarse con el Deportivo Oviedo, inició la historia del Real Oviedo, en 1926. Una feliz coincidencia con el pasado zaragocista encarnado en el Sport Club Iberia. Pero abandonemos el romanticismo historicista para hablar del mísero presente.
La única luz que brilló en la soleada tarde pilarista fue un cabezazo de Giuliano que Tomeu detuvo con un gesto técnico de aplauso, cerrando así con siete llaves el arcón de la inspiración aragonesa. Después de esto dicen los que saben que Carcedo dejó en la caseta a Francho y Petrovic porque tenían una tarjeta amarilla, pero si esa es la razón aún es más grande la estupefacción de la hinchada. Demasiado desbarajuste el que se creó en el equipo para evitar una posible inferioridad. Y es que el entrenador riojano movió de tal modo a sus chicos que el equipo se desordenó en grado máximo.
Para confirmar el desajuste, a los cinco minutos empató el Oviedo. Fue un córner regalado por Fuentes que remató Montoro tras un torpe despeje de Cristian. Uno de esos errores que se pagan a lo grande. El Oviedo se creció y le rompió los esquemas al Zaragoza. Hugo Rama y Bastón la tuvieron, pero Cristian y su desacierto evitaron el 1-2. Carcedo, en la banda, manoteaba débilmente y tomaba decisiones que irritaban a la grada, que estalló cuando quitó del campo a Azón. La bronca fue de las que se escuchaban en los años 70 y 80, solo que sin pañuelos ni almohadillas. Metió a Bermejo y a Puche para rearmar el centro del campo, pero fue desvestir a un santo para vestir al diablo. La delantera se quedó hueca, con Giuliano de llanero solitario, y sin pases interesantes que llevarse al diente.
El partido sabía más a fabes que a ternasco y si el Oviedo hubiese sido un poco más atrevido y sus delanteros más finos, quizás ahora estaríamos hablando de una derrota tan dolorosa como justa. Aun así, fue Zapater, que se estrenó esta temporada con unos minutos en el césped, quien la tuvo con un chut franco que Tomeu detuvo con comodidad. Poco, muy poco argumento para una película que necesita de un relato más creíble y unos diálogos más convincentes. Porque la película puede gustar o no, pero si al menos tiene una factura correcta todo se puede salvar. Y esta, hoy por hoy, es una mala cinta de serie C.
Foto: Jaime Galindo (www.elperiodicodearagon.com)