(Publicado en Heraldo Escolar el 4 de Diciembre de 2013)
Cada mañana, cuando recibimos a los niños y niñas en el cole, procuramos sentir el color de sus miradas. Son rayos de luz a veces brillantes, a veces apagados. Son señales que nos indican cómo vamos a vivir las próximas horas, en qué latidos ubicaremos las palabras que utilicemos, la música de nuestras voces. Porque el clima que cobijará nuestro día lo traen cosido a sus sonrisas.
Merece la pena considerar la posibilidad de conocer qué ha sido de sus vidas las horas precedentes. Esto nos ayudará a diseñar la forma de construir la jornada. Será muy útil considerar que el clima del aula ya viene, en cierto modo, conformado de casa, del parque, de los juegos comunes que preceden a la jornada. También del patio de recreo, también del comedor escolar, lugares y momentos en los que el niño elabora su mundo de relaciones, contactos y contratos. Así, tan importante como lo que planeamos es lo que la propia vida “nos” planifica. A veces, sin que podamos influir directamente. Por eso se hará necesario elaborar una estrategia de transición entre el mundo no escolar y el escolar.
El clima en las aulas es una dimensión del hecho educativo que haremos que beba vientos favorables si somos capaces de soñar una escuela bonita donde la belleza sea la mano a la que asirnos para estar a gusto, sentirnos bien y disfrutar del día que respiramos. Si soñamos una escuela en la que nos maravillemos con el saber y donde quepan el arte, la música, la poesía, la naturaleza y el gusto por la belleza. Si soñamos una escuela que ayude a la palabra a crecer, para ser hablada y para ser escuchada.
Una escuela donde el diálogo viva en el corazón de cada uno de los que allí vivimos. Donde la fantasía se sienta como en casa porque la invitemos a nuestra fiesta diaria del conocimiento y las emociones. Si soñamos, en fin, una escuela no de la razón, sino de las razones. Porque no estamos en comunidad para encontrar la verdad, sino para aprender a hacernos preguntas que solo la vida podrá respondernos.