Cuando salí de aquella aula del colegio “Pedro Arnal Cavero” con la decisión tomada de ser maestro supe que los pueblos iban a ser mi ecosistema profesional. Lo que no imaginé es que también lo serían de vida. Con los años aprendí que la escuela rural aragonesa es innovadora por definición y transformadora por vocación. Quienes hemos pisado durante décadas colegios ubicados al final de serpenteantes carreteras y en medio de paisajes hermosos en su silencio podemos hablar de ello.
Ser maestra o maestro en un centro educativo rural por decisión personal es algo que extraña. A veces incluso levanta sospechas. La escuela rural, así, como concepto, despierta un sentimiento de ternura, pero la cálida estima se desvanece si quien puede no toma decisiones valerosas y con sentido de permanencia. Algunos estamos muy leídos ya y conocemos demasiadas historias de entregados docentes. Gesto loable, sí, pero estéril si no lo acompaña el respaldo social e institucional.
Ayer el CRIE de Alcorisa celebró su 40 aniversario. La jornada fue un reflejo del pasado, un abrazo al presente, un párrafo con futuro. Y una melodía de conocimiento y reconocimiento a cuantos han contribuido en la construcción y consolidación de lo que sentimos “como viento a favor del mañana, llanura de encuentro, cosmos de iniciación”.
Porque los CRIEs son centros con maestras y maestros, pero sobre todas las cosas son centros maestros que, de verdad, consiguen que nadie se quede atrás.