Una iniciativa educativa alcanza el horizonte cuando hace posible que cada centro haga una interpretación próxima a su realidad. También cuando propicia que la comunidad realice una lectura propia del ser y estar.
En muchos centros habitan dinámicas que permiten el crecimiento de sus miembros al amparo de cuatro ideas. La exploración y conocimiento del entorno, la creación de un proyecto común, el desarrollo de una idea a modo de respuesta, y la comunicación con la comunidad.
La competencia emprendedora conecta con el ámbito de la utilidad social y el bienestar de la comunidad. Este discurso lo escribe la escuela con párrafos que hablan, como nos enseñan M. Masgrau, A. Forasté y S. Cros, de personas que aprenden lo que es “participar de asociaciones y organizaciones no gubernamentales y ayudar a llevar adelante proyectos transformadores (emprendedores sociales)”; lo que supone “crear y poner en práctica iniciativas de mejora e innovación (intraemprendedores)”; lo que significa “llegar a ser como aquel artista, diseñador o inventor que cree en el valor de sus obras y hace lo posible para que lleguen al público”.
Y de eso en Aragón sabemos, pues existe un ecosistema, por nombre “Aprendiendo a emprender”, en el que cientos de chicos y chicas nos convencen año tras año con su trabajo y esfuerzo que la implementación del emprendimiento en la escuela contribuye decisivamente a la transformación educativa. Esa utopía que es horizonte inalcanzable y cuya única finalidad es invitarnos a caminar.