“Educamos a nuestros alumnos en el desarrollo del espíritu crítico”. Esta frase está extraída de una web de un centro educativo elegido al azar. Cualquier profesional de la educación la firmaría. Cualquiera afirmaría que no hay mejor argumento para encontrarle sentido a nuestra tarea que escuchar la voz del alumnado. Y ahí empieza y termina el misterio. Porque en realidad no lo hay.
Manuel F. Navas cree que “el conocimiento es poderoso, al igual que el pensamiento crítico” y se pregunta: “¿Qué responsabilidad tiene la educación en crear una ciudadanía crítica?”. A su amparo manifestamos la necesidad de un profesorado manchado de sociedad, que tenga la valentía de romper muros de incomprensión y crea que su labor es, también, abrirle los ojos al viento de la comunidad a la que servimos.
La escuela es un universo de convivencia y participación en el que aprendemos a explorar y mantener un espíritu de búsqueda constante. Porque el aula también es la sociedad que juntos construimos y si creemos en la idea que abre esta columna debemos defender la función socializadora, educadora y equitativa de la escuela.
Ahí es donde el papel del docente adquiere toda su dimensión, en palabras de Navas: “Los valores deben vivirse para aprenderlos” y por ello no lo consideramos como un técnico alejado de la responsabilidad social, sino como alguien capaz de influir “para repensar la democracia”. Porque el desarrollo del espíritu crítico nos lleva a la reflexión y, por tanto, a la transformación.