Cuando ya hemos doblado este cabo de Hornos educativo que es cada 30 de junio abro el cajón de la memoria. No me cuesta mucho encontrar, entre las muchas voces y miradas amigas que guardo en él, la sonrisa aérea y cálida de Gaspar, que ahora llega al final del camino profesional. Lo conocí cuando yo vivía y trabajaba en Alcorisa y él abría las velas de la innovación en el aula.
Siempre encontré a su lado esos vientos necesarios para surcar mares de vanguardia. Luego, cuando tuvimos la ocasión de hablarnos y decirnos, pude comprobar que en él encontraría siempre a un compañero leal y amplio. Con Gaspar compartí experiencias de formación, de aprendizaje y de desarrollo. En el CPR de Andorra descubrimos que es posible crear espacios y momentos para el encuentro y que si ya entonces era necesario desvelar la opinión de los demás, aún más lo es mantener la diferencia para poder trabajar por un mismo fin.
Después vendría el CATEDU en Alcorisa. La reflexión, el debate, el contraste, el nacimiento de una experiencia (otra vez) innovadora que tuvo en él a su gran valedor junto con otros. Hubo dificultades que salvar y diferencias que afrontar, pero aquel escalón en el edificio de la educación aragonesa siempre le deberá una gran parte de su ser. Su cercanía, no sólo física, con los centros educativos de Alcorisa fue importante para colaborar en la creación de un estilo de trabajo que tenía y tiene como razón de ser el esfuerzo común y el crecimiento como comunidad.
Se va Gaspar pero, como en tantos otros casos, queda su entusiasmo y compromiso. Ojalá quienes permanecemos en la escuela sepamos entender el valor de su obra. Que el camino que ahora emprendas sea largo y que “sean muchas las mañanas estivales en que con cuánta dicha, con cuánta alegría entres a puertos nunca vistos” (“Ítaca”, C. Cavafis).