La evaluación, cómplice y rival (Heraldo Escolar) Foto: Jaime Perpinyà
Estos días dan para todo. Las criaturas viven cada hora con la ilusión escrita en sus miradas, mientras el profesorado cierra carpetas tratando de llegar a todo en muy poco tiempo. Es “Momento evaluación”. Para mí, “Momento reflexión”. Sin embargo, es un contrasentido, porque para que se dé esta tiene que haber calma y eso es lo que más falta nos hace y de lo que más carecemos. Otra vez la precipitación, el vértigo, la prisa. Otra vez los plazos. Y la angustia. Malos compañeros.
En mi día a día siempre intento seguir senderos de virtud científica y atender las enseñanzas de mis maestros. De ellos aprendo que “la educación es un proceso colectivo y compartido, que resulta del esfuerzo de toda la comunidad educativa” (Foro de Sevilla). Una afirmación que firmo con la tinta de la razón y la pluma del corazón. No obstante, la realidad nos lleva a un territorio de desconfianza e incredulidad.
Cuando vivimos encuentros en los que nos encontramos todos los profesionales que damos clase a los mismos chicos y chicas, en ocasiones en lugar de poner en común estrategias, metodologías o propuestas globales, nos vemos obligados a enjuiciar, valorar y clasificar al alumnado. Un estilo de vida en el que no creo. Una forma de estar en el mundo que me duele porque si nos enredamos en la cuantificación y la codificación y despreciamos la conversación y la reflexión nos alejamos del crecimiento en conocimiento, aptitudes y actitudes, verdadero destino de la tan valiosa evaluación formativa.



