"Marilyn Monroe, tristeza oro"

Cuántos labios habrán buscado en el cielo la perfecta y circular sensualidad que poseían, casi sin quererlo, los de esta mujer. Castigada por la vida, quizás porque el mismo pálpito del Universo era incapaz de no detenerse cuando sus piernas espolvoreaban tanta ternura envuelta en un mismo cuerpo, Marilyn, nacida Norma, supo demasiado pronto que nuestro paso por el mundo tiene precios tan altos que no siempre soportamos pasar.

Si la mitad de la felicidad que nos regaló con su interpretación en, por ejemplo “Con faldas y a lo loco”, hubiera sido posible acercársela hasta la cama de aquel motel en el que encontró la vía muerta de la Estación de la Vida, su sonrisa habría crecido en certeza. Y la memoria de su obra ocuparía hoy un lugar en el Olimpo de los Bienhechores. Pero eso no fue posible. Nunca fue posible. Desde que siendo niña fue obligada a conocer la hiel de la violencia sexual nada llevó el sello de la ternura, ni la marca de las caricias, ni la etiqueta del amor merecido. Solo contó con el deseo de romperle la lluvia negra en la cara al destino. Así es como logró que la fuerza que los seres mancillados sacan del negro pozo de la humillación cotidiana le llevase hasta las costas donde los sueños crecen hasta la realidad.

Pronto hará cincuenta años que murió. Aquella noche la química derrotó a la física, pero sobre todo mató el corazón. Un alma torturada desde su primera luz, cuando el amor que tanta falta le hacía se oscureció con la huida del padre y la demencia de la madre. A partir de ahí toda su vida fue una búsqueda desgarrada de calor y caricias. En forma de maridos, de amantes, de amigos.

Duele a fuego verla cantar, suplicante, su “Happy birthday, Mr President” mientras la luz de la miseria humana reflejaba con verdad que hiere quién era el villano y quién la víctima. Pero precisamente esa limpieza de corazón la hizo diosa en un mundo manchado por la tierra de los pecados terrenales. Tanto que ella sabía que en Hollywood te pagan 1.000 dólares por un beso, pero tan sólo 50 centavos por tu alma. Y por eso murió, porque su alma no tenía precio y porque llegó al final del camino exhausta de traiciones y ahíta de miseria.

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