Hoy empieza un nuevo curso. Un curso joven que comienza su viaje con la mochila a estrenar. Una mochila en la que irán alojándose los frutos que recojamos de las plantas que ahora conoceremos, las que ahora nos conocerán.
En nuestro caso, los colegios aragoneses, nuestra ilusión es, si cabe, más ancha y brillante porque tenemos un motivo, cien mil motivos para soñar: nuestros chicos, nuestras hijas, nuestro alumnado. Ellos se merecen que hoy les recibamos con una sonrisa ancha y limpia, muestra del cariño con que hacemos nuestro trabajo.
Nuestros colegios, como todos los colegios del mundo, los ricos y los pobres, los urbanos y los rurales, los públicos y los privados, son un espacio y un momento para el encuentro. Por eso soñamos con que la escuela, nuestras escuelas, lo sean para todos. Soñamos que puedan dar respuestas allá donde solo hay preguntas. Que sean capaces de ayudarnos a entender el mundo en que vivimos. Y si es posible, una escuela de la que podamos decir cosas hermosas como estas.
Sueño una escuela bonita, en la que la belleza sea la mano a la que asirnos para estar a gusto sentirnos bien y disfrutar del día que respiramos.
Una escuela en la que nos maravillemos con el saber. Donde no quepa la vulgaridad, sino el arte, la música, la poesía, la naturaleza, el gusto por la belleza.
Una escuela que ayude a la palabra a crecer, para ser hablada y para ser escuchada. Donde el diálogo tenga un sitio especial en el corazón de cada uno de los que allí vivimos. Y sobre todo donde la fantasía se sienta como en casa porque la invitemos a nuestra fiesta diaria del conocimiento y las emociones.
Una escuela manchada de sociedad. Debemos tener la valentía de romper las paredes y abrirle los ojos al viento de la comunidad a la que servimos. Que los niños se sientan tan cómodos en nuestras calles como en nuestras aulas y que los mayores sientan el gusto de desear venir a nuestra casa porque quieran compartir sus sueños, sus vidas, sus emociones.
Una escuela de los descubrimientos, que permita a cada uno averiguar cuál es su camino. Saber dónde están ocultos sus talentos para abrir esos cofres en los que los tesoros tienen nombres y apellidos. Tarea de la escuela será, pues, ayudar a cada niño a encontrar la senda de su futuro, siempre distinta, siempre propia, siempre universal.
Una escuela de la creación, donde todos podamos expresarnos con libertad, no para ser juzgados, sino para sentirnos más cerca de los demás.
Una escuela, no de la razón; una escuela de las razones, porque no estamos en comunidad para encontrar la verdad, sino para aprender a hacernos preguntas que solo la vida podrá respondernos. Seguiremos lo que la razón nos enseña, pero no olvidaremos que el corazón también nos ofrece la oportunidad de sentirnos humanos junto a nuestros iguales. Conocimiento y sentimiento, sentido y sensibilidad en la escuela.
Así sueño la escuela, así sueño nuestras escuelas. Recoger en cada semilla de piel blanca lo que el profeta Joel decía en el siglo IV: “Vuestros hijos y vuestras hijas profetizarán; vuestros jóvenes verán visiones y vuestros mayores soñarán sueños”. Profeticemos, pues, las visiones que soñamos.