Se dice que las crisis son oportunidades para reflexionar sobre el sentido de la vida y abrir nuevas ventanas de posibilidades. En un mundo asimétrico y estremecido por la tragedia hay días que se hace difícil vivir. En ocasiones hasta imposible. Sin embargo, quiero pensar que no podrán con estos miles de corazones fuertes que laten en tu pecho, los de tantos y tantos docentes que día a día sostienen con su entrega la sonrisa de nuestras criaturas.
Quiero rescatar dos enseñanzas que nos ha dejado la historia reciente: la necesidad de promocionar contenidos interdisciplinares y/o transdisciplinares y la importancia de aprender a vivir y conocer la sociedad para mejorarla. Hay que llevar a nuestra realidad esas dos certezas para no repetir horizontes decrépitos. Dicho de otro modo: competencias y aprendizaje colectivo.
Las competencias son asunto nuclear porque facilitan el desarrollo de las capacidades, pero no tienen fácil encaje. Así, debemos tener fe en la empresa que acometemos y encontrar compañeras y compañeros que consideren posible vivir en común. De otro, escuchemos al aprendizaje colectivo que nos invita a conversar con nosotros mismos, con los demás, con el entorno, con lo intangible, con la sorprendente realidad, pues la conversación y el debate son fuentes de riqueza, conexión con el saber y vínculo con la comunidad. Y todo ello en una escuela alejada del vértigo y próxima al sosiego que nos ayude a respetar la singularidad de las personas.
Hablábamos de un mundo imprevisible que se sostiene en la fragilidad y vulnerabilidad humana. Por eso es preciso educar en y para la incertidumbre introduciendo en las comunidades educativas pequeñas certezas a partir de la fraternidad y la convivencia constructiva. Por eso se trata de educar en la vida y para la vida.