Mi gente y yo creemos en la belleza de la escucha. Escuchar a quien sabe, a quien busca y a quien comparte sus hallazgos, pero también a quien no otorga, a quien descubre la injusticia y, sobre todo, a quien no tiene voz.
Se acaba de publicar el “Estudio estatal sobre la convivencia en los centros de educación primaria” y en él han participado alumnado, profesorado, estructuras de orientación, equipos directivos y familias. De sus respuestas nace este poema inverso y diverso.
En cada verso leemos que hay manos tendidas que buscan el equipo junto al que crecer. Negamos la compañía de la burocracia cuando estorba. Renovamos nuestra convicción en que a convivir se aprende si creamos entornos cooperativos. Creemos con los ojos abiertos en una convivencia apoyada en enfoques restaurativos y preventivos. Volvemos a navegar por las aguas de la colaboración escuela-familia. Conversamos con el futuro cuando la norma nace en quien tiene que seguirla. Pisamos terreno firme si confirmamos programas de mediación. Regresamos al nacimiento del río común para
formarnos más y mejor. Exploramos las llanuras de la evaluación de cómo vivimos juntos y seguimos el camino de la comunidad a través de una sincera conexión con el mundo.
Lo podemos recitar en la intimidad del aula o en la extimidad de las RRSS, pero estoy seguro de que son propuestas directas al corazón del sistema educativo. Haremos bien en tomar buena nota de todas y en procurar acercarnos al espíritu que las alumbra.