Hace poco hablé con un buen compañero que compartió conmigo una hermosa experiencia en torno a la reflexión. No me habló de conocimientos, ni de contenidos, ni de metodología, sino de ayudar al alumnado a formarse a través de la mirada interna. Algo parecido a aprender a conocerse para conocer mejor el mundo que les rodea.
Educamos en valores a nuestros chicos desde dos perspectivas: familiar y escolar. La primera tiene un matiz más personal, mientras que el segundo se acerca más a lo social y lo cultural. A veces los docentes vivimos ambas dimensiones, pero nuestro papel se traduce en la transmisión consciente e inconsciente de nuestra forma de entender el mundo. Si creemos en la bondad de la reflexión nuestro alumnado la incorporará mejor como una herramienta constructora de personas.
Manejar destrezas y rutinas de pensamiento pueden ser tareas que contribuyan al crecimiento y al conocimiento personal. En un momento en que la “extimidad” ha vencido a la intimidad y nuestros pensamientos, nuestras convicciones, nuestros sentimientos más personales se escapan por las ventanas mal abiertas de las redes sociales, debemos afrontar una situación ingobernable. Disponemos de recursos que responden a esa necesidad y de instrumentos que nos muestran personas que han llevado al aula sus pequeños universos en los que reina la posibilidad de dialogar con uno mismo.
Adrien Brody, en “El profesor”, encarna a Henry Barthes, un docente que vive de las sustituciones y que llega a un instituto especialmente conflictivo. Su gesto desprende cierta tristeza pero cree profundamente en su trabajo de profesor de Literatura con sus alumnos. Su voluntad es dar a sus alumnos herramientas para enfrentarse a un mundo en el que, al menos, se pueda vivir con una cierta dignidad, dando amor y haciendo lo correcto. Y lo consigue. Parece que hubiera leído a Gonzalo Suárez cuando dijo: “Hoy hay tiempo para opinar, pero no para reflexionar”. Palabra de maestro.